6 jul 2007

Máscaras

Aquella tarde, decidimos reunirnos todas en un pequeño café de la ciudad. Hacia más de 5 años que nos habíamos graduado del colegio salesiano y mi contacto con la mayoría de ellas era casi nulo. De las 10 chicas que quedamos en encontrarnos, solo podía dar fe de la vida de Sofía, que se quedó a mi lado después de abandonar el colegio, aunque a decir verdad, nunca fuimos tan buenas amigas. Del resto solo oía los chismes y las habladurías que te cuenta la amiga que misteriosamente se entera de todo, del resto a ciencia cierta, no sabía absolutamente nada.

Y eso no era para alarmarse, estas muchachas jamás fueron de mi círculo personal en mis años de colegio, para lo único que me buscaban era para que les prestara mis cuadernos, porque si algo recuerdo con certeza, era que yo era la ñoña del curso, y ellas, ellas eran de esas que preferían perder una materia a perderse la fiesta del día.

A mi me gustaba, y me gusta, pasar desapercibida en grupos como esos, donde la vanidad es el plato fuerte del día, la envidia es el postre y el interés, el interés nunca puede faltar en la mesa. Tampoco sé por qué accedí a la invitación para semejante convocatoria. Creo que todo fue culpa de Sofía, quien al parecer cree controlar mi vida desde el día en el que se me ocurrió demostrarle que la estimaba un poco. Tanta fue su insistencia de que no podía faltar al magno evento, que terminó por convencerme, y ni siquiera el cumpleaños de Alejandro, mi traga de turno, sirvió como una excusa válida para ella que me librara de aquel tormento.

Así que sin más excusas que inventar y con esas ganas enormes de volverlas a ver, me dispuse aquella tarde a ponerme el disfraz del día. Hoy tenía que ponerme ese que también utilizo en ciertas reuniones familiares, ese que me hace parecer una mujer completamente independiente, feliz, trabajadora y sin problemas. Ese que le encanta a mi Tía Amelia por el simple hecho de querer olvidar las frustraciones de su vida utilizando la mía. Estuve lista en cuestión de minutos y al poco tiempo estaba sentada en una silla de mimbre incómoda, esperando a que Sofía le diera la gana de hacer su triunfal aparición, colocarse uno de sus múltiples disfraces y luego, si, llegar al dichoso café.

La espera fue eterna, lo admito, y estaba preparada para ello. Al llegar, dos de ellas, que habían estudiado la misma carrera, en la misma Universidad y según entendí, también compartieron el mismo novio, tenían caras de aburridas porque las hicimos esperar más de una hora. Me saludaron amablemente pero con aquel tono de voz con el que uno saluda a alguien que definitivamente no merece toda tu atención. Y me senté, en el lado opuesto de la mesa, esperando que los payasos, las contorsionistas, los magos y los trapecistas no tardaran en llegar. Poco a poco fueron llegando, cada una con un disfraz más elaborado que la otra, y de pronto todo el carnaval de máscaras, prejuicios, críticas destructivas, chismes, odios y mentiras acababa de empezar.

Para mi todo fue como estar en una de esas ferias, en donde tienes muchas atracciones y puedes pasarte toda una tarde entre espejos que te deforman, manzanas de caramelo que se ven mejor de lo que saben, ruedas de la fortuna que te marean, túneles del amor que te dan asco y mansiones del terror que te dan risa. Cada una quería sobresalir más que la otra, cada una se sentía con más derecho que la otra para mirarte por debajo del hombro, cada una escondía más secretos y frustraciones que querían olvidar debajo de su máscara. Y allí estaba yo, hablando sola y tomándome el café pensando en que hubiera preferido quedarme con Alejo, en su fiesta de cumpleaños, besándonos, porque con él no hay disfraz que me siente bien, con él simplemente soy yo misma, con mis virtudes y mis defectos, con mis ataques de ternura y dependencia, con mi existencialismo y mi ñoñez a flor de piel.

Así que me limité a sonreír forzadamente, a darle vida al traje que decidí ponerme para ellas, a escuchar sus historias rebuscadas y maravillosas, sus cuentos de hadas y de vidas perfectas, sus chismes flojos y sus miradas coquetas, hasta que fueron las 8:00 P.M. Me despedí y arrastré a Sofía conmigo, era mi momento de controlar su vida, y el momento de recuperar la mía. Besitos de Judas en las mejillas, un abrazo sincero que siempre espero de ella, sonrisas hipócritas de las demás. Un taxi pequeño y ruidoso que me llevó de vuelta a los brazos de él, un abrazo de él que me regresó a mi vida real, una vida real llena de secretos, de máscaras y de carnavales.

7 comentarios:

Aretino dijo...

Aunque amenazaste con cambiar tus relatos por uno mas alegre por la palabra elegida. Nada. Pero eso si buen relato.

El hecho de ver el carnaval mas allá de la fiesta e integrarlo a tu cotidianidad es bueno.

Jaime Diaz dijo...

Tipica reunión de mujeres, vanidades encontradas... en cambio cuando es de hombres lo mas seguro es que terminen todos borrachos abrazados con la sinceridad que solo la amistad verdadera da.

Maya dijo...

Totalmente de acuerdo Señor Turin ^^

Aretino, aun faltan 13 dias para el cambio de palabra no? Aun puedo hacer un cuento alegre, es mas, se me acaba de venir un flash a la cabeza, oh si!!! Habra cuento pronto ^^

Anónimo dijo...

Esta es la definición de Aquelarre!

Bien Maya, retrataste el fondo de la reunión de mujeres muy bien

Claro que no creo te inviten a una por ahora!

Iván R. Sánchez dijo...

Yo veo algo muy real como todo lo de la señorita Maya, proofundo y con apices de aquello que pese a lo banal, se recuerda. No se, supongo que quiero decir que tambien me gustó.

Kuroko dijo...

Mw gusta el cuento!!! más aterrizado que el relato anterior ^_^

Maya dijo...

Supongo que no hablas del Relato del Motel XD