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24 ago 2007

De aquellos que fueron antes que fuésemos nosotros

Cuenta la leyenda que hace mucho, mucho tiempo, habitaba la tierra una raza de seres conocidos como humanos.

Bellos, los mas bellos e inteligentes entre todas las criaturas sobre la tierra, los humanos se diferenciaban de todas las demás especies porque tenían la capacidad de soñar. Durante miles de años, sin saberlo, los hombres visitaron en sueños el mundo que está mas allá de lo material, y allí tuvieron contacto con los dioses y fueron inspirados por ellos. Maravillados por la belleza del indescriptible mundo habitado por sus creadores, los hombres crearon el arte, y a través del arte, el mundo también fue bello.

Pero eventualmente, con ayuda del Tiempo y la Curiosidad, descubrieron los humanos una manera de manipular las leyes de la naturaleza para su beneficio, y fue suficiente para ellos el saborear el ser tan poderosos como los dioses para que la investigación de esto a lo que llamaron ciencia se tornara en una obsesión. Fue entonces cuando de manera infantil e irresponsable, centraron sus esfuerzos en construir armas tan poderosas como cientos de soles, y lentamente, hicieron a un lado el arte y la fantasía y la imaginación, y dejaron de soñar.

Los pocos que aun se aferraban al mundo de los sueños trataron de advertir a los demás del peligro que significaba para todos el tratar de emular a los dioses; pero sus palabras fueron disipadas por los fulminantes bramidos de cientos de horribles ángeles de acero. Y no fueron mas los sueños sueños de universos dorados y hermosas criaturas mágicas, mas sueños de sangre y muerte, sueños oscuros en los que visitaban un mundo prohibido, distinto al mundo en que habitaban sus creadores. Y fue asi que seducidos por engañosas promesas de inmortalidad y poder, los humanos usaron sus poderosas armas en contra de si mismos, y todo aquello por lo que habían luchado, sufrido y anhelado, se desvaneció en un instante solitario, un minúsculo punto en la eterna vida del Tiempo. Los humanos, criaturas bellas y privilegiadas, las únicas con la capacidad de soñar, desaparecieron para siempre.

No queda ya mas prueba del efímero paso de los humanos por la tierra que dispersas e indescifrables muestras de su arte, y solitarias edificaciones en ruinas abandonadas por el Tiempo. Mas sostienen algunos que hay quienes al internarse lo suficientemente profundo, profundo dentro de estos sitios matizados con el canto de la Muerte, son llevados a la locura por los desgarradores gritos de fantasmas humanos, que imploran desesperados que no repitamos sus mismos errores.


***

1 ago 2007

Dominique

Ya la niebla blanca descendía taciturna y la soledad se propagaba hasta los confines de la noche. Hacía frío, mucho más que de costumbre, y la luna que menguaba melancólica perspiraba tan poca luz que condenaba la Cuidad Luz a una eterna penumbra.

Miré frente a frente a los ojos de la nada y esta me devolvió una sonrisa fugitiva que por unos instantes me embriagó de tranquilidad. ¿Cuánto tiempo llevaba ya esperando por él? Más de lo prudente, más de lo deseable, eso era cierto. Mi cuerpo se deshacía en una sola hemorragia de ansiedad y deseo, y su figura aun no se distinguía en el horizonte. Temía, sí, pero mi expectativa superaba con creces mi miedo.

Apareció de repente, como la manifestación misma de la oscuridad que nos rodeaba, pálido ángel renacentista vestido de Armani y bañado de olor a cuero y cigarrillos; un encantador espectro con delgados labios de ataúd.

<<Llegas tarde>>, le dije, pero no pronunció palabra alguna. Sus ojos transparentes se clavaron sobre mi ominosos y profundos, y por un instante tuve la impresión de que quería arrancarme la ropa para devorar mi cuerpo y arrancarme el cuerpo para devorar mi alma.

Pero noche tras noche había encontrado placer en fantasearlo matándome, en imaginarlo bebiendo mi sangre y comiendo los pedazos de mi cuerpo despedazado. Noche tras noche, desde la primera vez que lo vi cruzando el Pont de la Concorde y me regaló aquella fatídica e irresistible mirada, aquella que bastó para abandonarme completamente en él.

Sin decir absolutamente nada, saltó sobre mí y clavó sus dientes en mi cuello, y un frágil hilo de sangre tibia descendió hasta acariciar mi pecho.

Mis recuerdos fueron difuminándose en los confines del tiempo como vapor que se dispersa en el cielo, y mi noción de la realidad fue eclipsada por la muerte. Un insoportable dolor se propagó por todo mi cuerpo, hasta que al fin, luego de sentir que mi cuerpo había sido totalmente drenado, mi corazón dejó de latir. Por segundos que parecieron tan largos como la vida misma del universo, fui nada, y como nada, parte de todo en una comunión tan vacía como absoluta.

Aun no se si fue real, pero la única sensación que recuerdo haber tenido en ese momento eterno, fue la de una lágrima deslizándose por una de mis mejillas.

Fue entonces cuando probé el sabor de la vida en su muñeca, y bebí, bebí su sangre sin poder saciarme, bebí sin querer detenerme, y era aquel el sabor de la medianoche, el sabor de la sumisión, el sabor de los sueños prohibidos que se refugian en noches de vino, espejos y rosas rojas.

Lo que ahora conozco como vida vino a mí como un golpe brutal, como un histérico carnaval de emociones, como un trueno violento que rompe el silencio absoluto de una noche mortuoria...

Sangre, el sabor de la sangre es la primera sensación de la que tengo memoria.

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13 jul 2007

Zinha

Casi me pega cuando le dije que lo único que conocía de Brasil eran al Cristo de Corcovado y a las garotas en tanga del carnaval de Rio. ¿Y qué culpa tenía yo de que a las compañías de turismo se les diera por publicitar su país con esa paradójica sucesión de imágenes?

"Algún día se te van a mezclar las dos cosas en la cabeza y vas a terminar asociando Brasil con un Cristo en tanga", me dijo, luego de lo cual procedió a golpearme con un periódico en la cabeza. "Brasil es mucho mas que eso".

La conocí por casualidad en una fiesta en la casa de algún primo de algún amigo de algún alguien a quien le gustaba organizar fiestas en casas ajenas, y en la que había alrededor de setenta y dos hombres y seis mujeres, cuatro acompañadas por cancerberos silentes del género masculino, una horrorosa gorda en alto estado de embriaguez, y ella. Brasilera. De Brasil. Con S, como ella misma me enseñó jalándome con furia una oreja un día que me vio escribirlo con Z. Tenía un nombre rarísimo que dicho en voz alta sonaba chistoso y que no recuerdo bien. El caso es que le decían Zinha y tenía un atractivo indescriptible que la hacía ver sensual hasta cuando no se veía sensual. Y no eran (aunque colaboraban) su acento, su color del piel acanelado, y unas piernas interminables que merecían su propia escultura al lado del Cristo de Corcovado. Tampoco eran el cabello negro y engajado que siempre parecía húmedo, ni su permanente olor a crema para manos. Era una parsimonia apasionada, una forma de moverse que la hacía ver leve, etérea, como si el tiempo y el espacio la trataran con mas cariño que al resto de los mortales.

- Bueno, también están el fútbol, Pelé, Ronaldinho... - Le dije.
- Vas ganando puntos.
- ...Xuxa. - añadí, y volvió a golpearme con el periódico, esta vez con mas fuerza.
- ¿Que hay de Coelho? - preguntó.
- No me gustan los libros de autosuperación.
- Di que Coelho escribe libros de autosuperación otra vez y te golpeo pero con la mano cerrada.
- Qué se yo. Me molesta oir a las personas tontas que conozco repetir hasta el cansancio cosas como "si luchas por tus sueños el universo entero conspirará para que se hagan realidad".
- A mi tampoco me gusta, pero ¿que se puede hacer?. ¿A cuantos tontos no has oído citar a Gabo?

Era espontáneamente inteligente y me gustaba. Tenía una risa contagiosa que dejaba libre como si no le importara que el mundo entero pudiese escucharla. "La risa es una manifestación de la vida misma", me decía, "disimular la risa es disimular la vida". Y así como su risa, su forma de vivir también era contagiosa. Descomplicada, sencilla, irreverente; era el tipo de mujer del que es fácil enamorarse pero a la que no es fácil conquistar. De hecho, imposible si ella no quería ser conquistada. Afortunadamente no tardó mucho en dejarme claro que quería, al pedirme guiñándome un ojo y sin sonreír, que le aplicara bronceador en la espalda un fatídico día que fuimos de paseo a la playa.

Por supuesto, eso es una señal universal. Una mujer que te guiña un ojo y te sonríe te está saludando. Una que te guiña el ojo y no sonríe te está gritando "¡hazme tuya!".

Jugaba el ajedrez de la seducción como si tuviera desde el principio mas fichas que su rival y todas fueran reinas. Era estar en un eterno jaque, moviéndose exactamente en la dirección que ella quería, cuando ella quería. Ella besaba, ella acariciaba, ella decidía. Y mentiría si dijera que la situación no me hacía sentirme aun mas atraído.

"Mas te vale saber bailar", me dijo, y ciertamente mas me valía. La mujer bailaba como si se incendiara por dentro, como poseída por el espíritu de una guerrera amazona, con una sensualidad innata que provocaba la envidia disfrazada de odio de muchas de mis coterráneas. Sin duda, bailar con ella era mas erótico que cualquier maratón de porquerías con una mortal común y corriente. Pero es que en ella, de cierta forma todo era erótico. Hasta verla comer. Hasta verla cepillarse los dientes. Hasta verla escupir en la calle.

Estuvimos juntos varios meses. No diré que era mi novia, por lo que ni a ella ni a mi nos gustaba la etiqueta. Pero a los ojos de cualquiera, lo era.

"Acompáñame a Brasil", me dijo un día. Y ese día, por primera vez, vi en sus ojos algo que no había visto antes. Una vulnerabilidad sincera, un hueco en su antes impenetrable armadura de confianza. Me tomó de las manos, me besó con ternura, y esperó una respuesta. "Me voy, Alejandro, me regreso. No se si vuelva".

¿Y cómo se le dice que no a un corazón al que mantiene unido la esperanza?. No. Así. No me fui con ella. No pude. No es fácil renunciar al futuro por un amor en pañales, sobre todo porque cuando está en pañales, el amor no puede diferenciarse de una especie de deseo disfrazado de cariño. Pero si algo puedo decir es que hoy, varios años después de haber perdido el contacto definitivamente con la Brasilera, todavía la sueño guiñándome el ojo sin sonreír, golpeándome cariñosamente cuando le hacía algún comentario inapropiado de su país natal, o bailando como una poseída. Y todavía me pregunto que habría pasado si me hubiera ido con ella. Y eso dice mucho de la verdadera naturaleza de mi deseo disfrazado de cariño.

Y digo la Brasilera, y no mi Brasilera, porque con ella me es imposible usar un pronombre posesivo.

Hoy no puedo decir que conozca mas de Brasil que el Cristo de Corcovado, el carnaval de Rio y sus garotas en tanga, a su fútbol y a Xuxa. Pero puedo decir de corazón que, al menos para mí, Brasil definitivamente es mucho mas que eso. Brasil es ella, la manifestación casi etérea de una sensualidad parsimoniosa, la pasión enardecida de unos muslos con olor a crema para manos, y la furia incontenible de una guerrera amazona atrapada en una diosa de ojos azabache. Y es que, supongo, la magia de Brasil esta en su naturaleza poética, salvaje y contradictoria, en su furia calma, en su dulzura amarga, en su serenidad incontrolable. Y es que Brasil es ella, sin lugar a dudas. Brasil es una mujer.

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22 jun 2007

Sobre la cama

Es un poco vergonzoso, lo se, pero aprovechando que las letras me dan algo de clandestinidad, confesaré que solía ir solo a moteles, con el fin de ver películas porno y masturbarme. Estoy consciente de que a falta de una mejor palabra es este un acto totalmente patético, pero cuando rayando los 30 no se ha tenido jamás una novia, debe dejarse a un lado la dignidad a la hora de satisfacer esos incontrolables deseos de la carne.

Y no es que sea un hombre físicamente desagradable al sexo opuesto, no. Tengo mis órganos completos, desde esos que importan, como los ojos, hasta esos que nadie sabe donde están ni para que sirven, como el páncreas. Con excepción de una pequeña cicatriz cerca a la oreja derecha, bien podría servir de modelo en un libro de anatomía. Por otro lado, por supuesto, creo que el que tenga la lista de chequeo de mis órganos totalmente chuleada es lo mejor que se puede decir de mi apariencia. En últimas, aun me queda mi buena personalidad. O eso creo. A veces pienso que soy aburrido.

Oh, los moteles. Lo siento. Tengo la mala costumbre de desviarme del tema. Pues sí, solía ir a moteles a masturbarme. Por lo general después de llegar pedía una gaseosa, me quitaba la ropa, prendía velas e incienso, y empezaba a ver a mujeres fingir rostros de inocencia mientras introducían a sus bocas penes que triplicaban en tamaño al mío (en el mejor de los casos). Detestaba las películas con trama y mujeres perfectas, y sentía cierta predilección a escenas con una mujer siendo sometida por muchos hombres, o a escenas con hombres humillados. Era de mi agrado el acostarme derechito, derechito, de forma que al venirme todo cayera sobre mi estómago, y si tenia suerte, hasta sobre mi rostro. Luego me quedaba dormido.

Y sí, todo era perfectamente monótono (si bien disfrutable), todo hasta ese día en que me levante, y vi que en el reflejo del espejo sobre la cama (porque un motel no es motel si no hay un espejo sobre la cama), acostada junto a mi, había una mujer.

Y vaya que no era esta cualquier mujer. Era esta la mujer que siempre había soñado. No era perfecta, como esas modelos que tienen de silicona lo que les han retirado de grasa abdominal. Tenía algo de celulitis, un leve atisbo de barriga, y dormía con la boca abierta, babeando la almohada. De resto, bien habría podido decirse que era tremenda y naturalmente atractiva, ostentando un magnífico par de tetas, unas manos delicadas, unas piernas gruesas, y un culo que provocaba comerse a mordiscos.

Miré a mi lado y, como era de esperarse, no la vi; por lo que atribuí la extraña visión del espejo a un vestigio de sueño que se había negado a terminar al momento en que abrí los ojos. Sin embargo, al volver a mirar hacia arriba, me di cuenta de que su reflejo no se había ido a ningún lado.

Sin quitar los ojos del espejo, acerque mi mano a su cuerpo desnudo. Para mi sorpresa, aunque hubiese constatado que a mi lado no había nadie, cuando el reflejo de mi mano tocó el reflejo de su cuerpo pude sentirla, como si efectivamente estuviera allí. Y la sentía siempre y cuando no apartase mi vista del espejo para mirar a otro lado.

Era suave y cálida al tacto. Bastaron un par de caricias para hacerla retorcer y sonreír. Había despertado, pero era obvio que disfrutaba despertar así, por el roce de mi mano.

No necesito decir que para un hombre que jamás había tocado una mujer, aquella fue toda una epifanía; menos cuando a la mujer en cuestión parece no importarle dónde y por cuanto tiempo sea tocada, y cuando por el contrario lo disfruta. Esa noche por primera vez sentí la blandura y suavidad de una teta, y como un pezón se endurece al ser acariciado. Esa noche sentí la cálida, pegajosa y deliciosa textura de una vagina, y fui participe del temblor que provoca el tocar el lugar correcto en el momento correcto. Esa noche supe lo que era dar placer a alguien más, en vez de dármelo, egoístamente, a mi mismo. Y al terminar, vi sus ojos, el reflejo de sus ojos en el espejo, mirándome frente a frente, y pareciendo al mismo tiempo darme las gracias, y pidiendo que no me apartara de ella nunca más. Bastó eso para enamorarme, perdidamente, del reflejo de una mujer en el espejo. Una de la que no sabía nada diferente a lo que me decían sus ojos, espasmos y silencios.

Visité el motel durante días, encontrando a mi amada en el espejo todas y cada una de las veces. Cada día, la misma habitación pintada de blanco, la misma cama de cabecera de caoba, el mismo piso de rombos verdes y azules, cada día, hasta el día en que al acostarme sobre la cama, descubrí con horror que el espejo había desaparecido.

"Una pareja lo rompió esta mañana", me dijo el administrador. "No pregunte que estarían haciendo, pero encontramos el potro sobre la cama, un enano encadenado sollozando, y a la chica con la cabeza ensangrentada, desnuda, recubierta de pedazos de espejo. El tipo se perdió, tal vez creyéndola muerta. La chica está en el hospital".

Pero a mi me importaba un soberano rábano la chica, y de inmediato pregunté por el paradero del espejo. Atónito, el administrador me dijo que habían echado los pedazos a una bolsa negra y los habían tirado a la basura. Mi amada, a la basura. Que falta de respeto, que atropello, que desconsideración. Raudo acudí al sitio donde apilaban las bolsas de basura y descubrí, para mi fortuna, que el camión aun no había pasado y que todo estaba allí. Luego de buscar por unos minutos, encontré la bolsa con mi amada dentro, rodeada de condones usados, papel higiénico, sábanas manchadas de sangre, colillas de cigarrillo y botellas de licor.

Mi amada, mi dulce amada, ¿cómo permitir que te quedases ahí? Hasta el mismo basurero habría ido a buscarte. Hasta el mismo infierno de ser necesario.

Ya hace un mes que estoy pegando los pedazos rotos del espejo, esperando volver a verla. Y no ha sido fácil, no, pero me motiva una fuerza sobrenatural, algo que no podría explicar, algo que no conocía y que solo puedo describir como amor. Verdadero amor. Y hoy pegué el último pedazo, el único que hacía falta. Mientras escribo estas líneas espero pacientemente la noche, con la esperanza de verla otra vez ahí, sonriendo mientras acaricio sus muslos, retorciéndose cuando introduzco mis dedos entre sus piernas, y mordiéndose los labios al llegar al orgasmo.

Esta noche sí, mi amada. Lo sé. Esta noche te veré otra vez.

***