Ella sentía ganas de que la abrazaran, le dijeran al oído cuánto la amaban y le dieran esos besos electrizantes que la podían estremecer y dejarla inconsciente durante largas horas de placer…
3 abr 2014
El rompecabezas
Ella sentía ganas de que la abrazaran, le dijeran al oído cuánto la amaban y le dieran esos besos electrizantes que la podían estremecer y dejarla inconsciente durante largas horas de placer…
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Temas: Amor, Cuentos, Cuentos 2.0, Lujuria, pasión, tristeza, Walter Hëgon
21 ago 2011
La mujer "del otro"
Han pasado tres noches desde que abandonamos aquel motel y no dejo de pensarla. Esta primera vez, definitivamente era diferente.
Cuando entramos a ese cuarto, entré al baño y me miré al espejo. Sentí sed y el cansacio de las noches anteriores en las que el amancer nos soprendió hablando por teléfono. Intentaba ser el quinceañero enamorado que alguna vez fuí.
Al regresar al espacio en el que ella se encontraba, me sentí decepcionado por no encontrar una lámpara que me permitiera atentar contra su cuerpo con una luminosidad apropiada. Con la luz encendida, seguramente se sentiría icómoda de revelar por primera vez su cuerpo desnudo a mí. Con la luz apagada, ninguno podría conocer con la mirada el cuerpo del otro y tal vez fuera la única vez que pudieramos hacerlo.
Luchamos por el control, primero ella sobre mí, luego estuve yo sobre ella. Aprendimos de nuestros resabios, aprendimos de nuestros cuerpos. Noté con curiosidad algunas marcas del amor y del tiempo en su piel, pero igual, nada obstaba para amarla esa noche: sentir sus suaves gemidos, besar su sudor y venirme con ella. Cuando la lucha terminó, noté su afán de irse. Solo pude rogarle que esperara un poco, que no me robara tiempo de los únicos momentos en los que puedo verla y quererla.
Me dí una rápida ducha caliente, mientras a través de los vidrios de la regadera, impregnados de vapor, la veía vestirse. La vi pintarse sus deliciosos labios de un color casi fucsia y sentí celos del labial que la acariciaba. Ahí estaba esa mujer que tan fatalmente se había apoderado de mis sentidos y pensamientos. ¿Cómo podía ser posible que justo ahora hubiera llegado alguien así a mi vida para tentarme?
Al día siguiente decidí desaparacer y jugué al importante. Ella trataba de buscarme, de arreglar otro encuentro. Ella tenía la excusa perfecta, pues uno de nuestros amigos en común había organizado una fiesta. Tristemente la naturaleza de nuestro pecado hizo que yo no deseara que estuviese allá. Nada pude hacer para impedirlo.
Cuando llegamos a la fiesta, vi su hermosísima figura blanca a lo lejos. Ella también notó mi presencia. Ambos nos acercamos a saludar y fue entonces cuando realmente consumamos nuestro crimen:
¡Hola Diana! ¡Tiempo sin verte! Te presento a mi novia, Karla. ¡Hola Carlos! ¡Yo sé! ¿Desde que celebramos el ascenso de Mario? Te presento a mi novio, Jorge
El deseo entre Diana y yo crecía. O eso me gustaba pensar. Sentía su mirada celosa sobre mí. Sentía como trataba de llamar mi atención. La verdad es que a pesar que ella me enloqueciera, también quiero a Karla y no podía dejar de mimarla y consentirla. Después de todo, fue Diana misma quién nos puso en esta situación. Fue ella quien se propuso ser invitada a esa fiesta.
Un pequeño grupo se hizo en un rincón de la terraza. Allí estabamos Karla, Jorge, Diana, Juan, su novia y yo. Todo se veía tan desprevenido, pero la forma en que cada uno se había ubicado en aquel lugar, realmente estaba abriendo la puerta para otro de nuestros actos de traición.
Sentados, Karla a mi izquierda y Diana a mi derecha, Jorge a su lado y Juan con su novia frente a nosotros, hablabamos de muchas anécdotas. Conversamos sobre las múltiples banalidades que este mundo acostumbra pero mientras tanto Diana se las arreglaba para rozar ocasionalmente mi mano con su mano y acariciar mi pantorilla con su empeine.
Yo no dejaba de besar a Karla y ella no dejaba de consentir a su Jorge. Era un juego en el que ambos demostrabamos no necesitar del otro a pesar de que a la vista de todos, pero sin que nadie lo notara, nuestra atención estaba realmente en lo que sucedía entre su enpeine y mi pantorrilla.
Pic: Feathers & Pearls by Robynlou8
Soundtrack: Mía - Armando Manzanero y Miguel Bosé
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11 mar 2011
Historia de un Domingo gris.
Eran las 5:58 am y Walter se estaciona frente a la casa de Nadia. El frío descomunal no fue excusa para impedir que este par de ingenuos sellaran su cita con el deseo y la ternura. Mucho menos para que ella saliera antes de las 6:00 am a recibirlo.
Nadia salió de su casa muy abrigada para evitar enfermar y mientras tanto a Walter era invadido por el escozor de saberse pecando, aunque por ella bien valía la pena hacerlo. La hermosa morena que desde hacía años lo había cautivado con sus ojos de animal y su boca perfecta, aquel menudo cuerpo que podía desafiar algunos de los más influyentes hombres del país, había aceptado escaparse con él, para dejarse hacer el amor en algún lugar remoto en el que se habían prometido desinhibirse completamente.
Manejaron por algunas horas. El paisaje verde combinaba perfectamente con el día gris, que además estaba adornado por la vista de la laguna. Era exactamente como los dos lo habían imaginado, aunque ninguno de los dos supiera que habían imaginado el mismo paisaje.
Finalmente habían llegado a unas pequeñas cabañas en lo más alejado de las montañas. Disfrutarían de un baño termal juntos, lejos de todo el que les conocía y que pudiera juzgarles. Querían ser ellos y sus sentimientos, sin nadie que les recordara algún prejuicio tonto según el cual, no debían estar juntos.
Alquilaron una cabaña para dejar sus cosas mientras estaban ahí. Se pusieron sus respectivos trajes de baño y caminaron hasta la piscina para entrar juntos. Era curioso pensar que hasta el momento no habían cruzado ninguna mirada seductora o de lujuria. No habían besado aún sus labios. Solamente jugaban, se sonreían, se salpicaban mutuamente con el agua, se tomaban fotos. cantaron cada canción que sonó durante el viaje. Eran como un par de niños.
Luego de almorzar y quedarse un rato más en la piscina, llegaron las 3 pm. Decidieron que debían irse, porque en el mundo real, había muchas cosas que los esperaban. Entraron nuevamente a la cabaña. Mientras él tomaba una ducha, ella se encargó arreglar el poco equipaje que traian. Una vez terminó de asearse, fue el turno de ella en la ducha. Duró apenas lo necesario y salió arropada en una de aquellas batas blancas de hotel, al tiempo que secaba su negro cabello.
Se sentó en la cama y extendió su brazo derecho como para buscar algo. Entonces sintió las manos de Walter en sus rodillas, debajo de su bata. Se miraron fijamente. Había llegado el momento. El introdujo sus manos en la bata blanca hasta llegar a su cintura. Se detuvo. Luego subió por su vientre hasta sus senos. La tumbó en la cama y ella mientras tanto, se deshizo de su estorbosa bata blanca. Estaba asustada y excitada. Pensaba que él se había arrepentido de su propuesta. La verdad no hubiera importado, porque había disfrutado mucho de su compañía.
Los nervios lo invadieron como no sucedía hacía mucho tiempo. No podía cerrar sus ojos mientras la besaba. Ella tampoco. Decidió bajar a su entrepierna y mientras él bajaba y ponia su mano en su muslo derecho, ella colocó su mano derecha sobre la de él. Comenzó a mordisquear, besar y lamer su ingle. A veces se detenía y simplemente paseaba la nariz por su vagina. Notó que cuando lo hacía, ella se estremecía. Trató de mirarla, pero por la posición en la que estaban, no pudo. Pero su olor estaba desatando todos sus instintos. Quería devorarla con sus besos, sus lamidas, sus mordiscos y sus embestidas.
Nadia comenzó a pellizcarse los pezones. Con su otra mano, buscó la mano de su amante y entrecruzaron los dedos. Sintió que como comenzó a subir por todo su cuerpo con sus labios hasta encontrar nuevamente su boca, pero esta vez, mientras recibía sus besos, sintió como la penetraba. Un gemido escapó de su garganta. Como señal de querer que ese momento durara para siempre, enredó sus piernas en la espalda de su Walter y con su mano izquierda lo tomó de la nuca para ahora tomar el mando en el ritmo de los besos. Luego, en una maniobra que podría ser envidiada por cualquier artista marcial, logró ponerse sobre él. Ahora ella tenía el mando.
Una vez sometido, él solamente entrecruzó sus dedos con los de ella. Hizo que sus brazos le sirvieran a Nadia como apoyo, mientras ella jugueteaba con su cadera para mover su miembro dentro de su vagina. El compás de sus movimientos era delicioso y finalmente la agitación propia de los momentos previos al orgasmo femenino, comenzó a sentirse en toda la cabaña. Ella estaba disfrutando de su cuerpo, como probablemente ninguna otra mujer lo había hecho y en medio de la batalla que se libraba entre el pubis de ambos amantes, la garganta de Nadia emitió el sonido inconfundible de la satisfacción.
Aunque extasiada, Nadia tenía aún fuerzas para hacer que su amante alcanzara el clímax. Sin embargo, quería sentirse sometida. Se ubicó sobre sus cuatro extremidades, mientras Walter buscaba su propio orgasmo. Ante la imagen del cuerpo sometido de Nadia, se colocó sobre ella, puso una de sus manos en sus pechos mientras se apoyaba en su cadera. Walter no tardó mucho en gemir indicando que su orgasmo también había llegado. Había disfrutado de la mujer que tantas fantasías, desvelos y proyectos le había significado.
Tendidos sobre la cama se miraron fijamente mientras el resaltado color del iris de sus ojos transmitía el mensaje de cariño entre dos almas que ahora estaban más unidas que nunca. Pasadas varias horas, llegaron nuevamente al mundo real. El la dejó en su casa y condujo hasta la de él.
Eran las 10:58 de la mañana del día siguiente. Un hermoso sol brillaba en aquel pueblito primaveral. Walter esperaba ansiosamente en el altar a su prometida y tal como había sido siempre su costumbre, Nadia atravezó la puerta de la sinagoga antes de que se cumpliera la hora en punto. Todos los presentes creían que asistían a la consumación de un gran amor. Nadia Serge y Walter Hëgon sabían que su gran promesa de amor había sido sellada un 23 de abril, domingo gris de 1984, en una cabañita escondida en las montañas de su amada patria.
Pic: "She's my drug"por kainr
Soundtrack: Atomic - Blondie
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25 ene 2011
Tatiana
Tatiana era una mujer espectacular, como pocas existen en este planeta. La adoré en mis pensamientos más diáfanos y también en mis pensamientos más corruptos. Era imposible no hacerlo. Hermosa morena…
Tatiana tenía la valentía para hacer cosas que yo no podría hacer. Probablemente más disciplinada, estudiaba para administrar negocios en el extranjero y para conocer cómo el Derecho los regulaba. Morena, disciplinada y bella…
En las lejanas tierras neoleonesas, Tatiana comenzaba a vivir una experiencia fascinante en la vida de cualquier estudiante universitario. Había viajado miles de kilómetros para descubrirse como hispanoamericana frente a aquellos hispanoamericanos que parecen tan distintos. Estaba cerca de aprender que nuestras diferencias son apenas formales. Morena, disciplinada, bella y curiosa…
Quise hacerla mía, al igual que muchos otros hombres que no podían resistirse a sus profundos ojos oscuros que parecían pozos infinitos de ternura y lujuria mezcladas. La quise y quise quererla. Quise que me quisiera, o al menos, que quisiera quererme, pero la vanidad de los hombres me hizo explorar nuevos horizontes después del rechazo. Morena, disciplinada, bella, curiosa y deseada…
Hoy Tatiana está más lejos que nunca de mis deseos, mis angustias, mis palabras y mis ideas. Tatiana es ahora inalcanzable de manera tan triste, que la rabia y la confusión nublan mis pensamientos. Mi pensamiento está nublado como al parecer estaba aquella atmosfera regiomontana que no permitió a Tatiana ver la contundencia con la que la vida pretendía recordarnos a todos la fragilidad de la existencia. Morena, disciplinada, bella, curiosa, deseada y… Muerta.
(En memoria de Tatiana Castañeda Godoy).
Soundtrack: Promenade dans le jardin - La Belle et la Bete - Philip Glass
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Temas: demonio, fragilidad, historias, Homenaje, ironias, Muerte, Verdad, Walter Hëgon
17 dic 2010
Un hombre de buena fe II: In memoriam Carolus Magnus
(Click para leer la primera parte del cuento "Un hombre de buena fe")
Lo más irónico de la historia, es que la muerte realmente tenía razón. Nadie representa para ella más que un fulano más y eso lo había visto en seis ocasiones nuestro héroe durante el año que está por terminar. En especial dos de esas muertes fueron impactantes para él.
La primera vez, fue la muerte de su tío. Al menos la genética decía que lo era, aunque las relaciones hace rato habían probado lo contrario.
Carlos Sánchez era un hombre extraño dentro del contexto de su familia. Uno de aquellos individuos que a los ojos de sus víctimas eran la personificación del mal, pero que ante el espejo podían verse confiando en que eran hombres de buena fe. También tenían sus ambiciones, sus metas, pretendió alguna vez conquistar el mundo. Su esposa fue hermosa. Deseada por muchos. De aquel tipo de mujer que huele como la carne recién preparada para aquellos hombres que viven en una alerta permanente por encontrar mujeres que puedan llevar a la cama.
Seguramente Carlos pensó lo mismo cuando la vio por primera vez. Nuestro héroe al pensar en la situación llegó a preguntarse si en verdad Carlos alguna vez se había sentido como una buena persona o si alguna vez se sintió como una víctima. Si él era capaz de sentir alguna cosa buena.
El horror de sus últimos días, le fue contado a Divius por su otro tío, Matías. Al parecer, viejo y amargado, Carlos se había encerrado en el oficio que había aprendido tras haber sido despedido del único empleo que tuvo por robar a sus jefes. Y es que desde hacía varios años, Carlos había perfeccionado su técnica y conocimientos en la reparación de computadores. Murió por una falla al corazón. Un doloroso infarto que se desarrolló por lo menos durante 24 horas. O eso le dijeron.
Su hijo no quería asistir a su funeral. Carlos Mauricio decía, que él había sido su progenitor, más no su padre. Esta frase le fue dicha a Divius por su primo, cuando intentaba convencerle que asistir al funeral era un gesto de apoyo a su madre y no de honrar la memoria de su “progenitor”. Se la dijo aquella noche, mientras comía Chop Suey y veía novelas mediocres en televisión. Realmente no parecía afectarle. De alguna manera, era envidiable.
En efecto, Divius, aunque lloró amargamente cuando se encontró con su propio “progenitor”, en la sala de espera de la funeraria donde estaban preparando el cadáver de su tío, no lloraba por la muerte de él, sino por una idea abrumadora: pensó que nunca se enteraría del día de la muerte de su padre. Y que tampoco se enteraría de su muerte. Visto desde la perspectiva de un espectador en una sala de cine, la escena era simplemente demasiado trágica para no llorar amargamente, pues Divius, quería a su padre, aunque fuera consciente de que solamente fuera su “progenitor”.
La segunda muerte que estremeció a Divius, ocurrió la mañana del 17 de diciembre de 2010. Carlitos Figueroa, un hombre gentil – en la acepción de la palabra que comúnmente podemos encontrar en la Biblia – había fallecido después de más de una semana de haber sido hospitalizado. Las causas de su muerte se desconocen en el instante en que estas líneas fueron escritas. Sin embargo, las ideas no dejan de fluir en la mente de nuestro héroe.
Carlitos era de aquellos hombres para los cuales la ingeniería del alma era como la de una catedral gótica. Aunque podía ser inmensa, era bella. Y a pesar de su tamaño, nunca colapsó. O Divius nunca lo supo, pues en las pocas veces que compartió con él, siempre hubo generosidad.
De niño, Carlitos muchas veces se ofreció a colaborar con diligencias del pequeño Divius. Si era necesario ir al colegio, si era necesario ir a entregar un documento. Y cuando se trataba de visitarlo, las pocas veces que lo hizo, eran visitas realmente agradables. Llegó a su vida en el cambiante 1997, cuando la primera migración de nuestro héroe tuvo lugar, desde su pequeña burbuja provincial donde incluso el crimen es seguro, a la hostil capital. Una de las ciudades más caóticas y peligrosas del planeta.
Solía llamar a la casa para hablar con Carmencita, su abuela – aunque ella detestaba profundamente esa palabra. El los escuchaba hablar en voz baja por el teléfono, como si se tratara de dos quinceañeros que se están jurando amor. Era bonito, aunque nuestro héroe sintió celos más de una vez. Aún así era bonito.
Muchas veces le había invitado a visitarlo a la ciudad a la que se había mudado. El clima cálido era tentador, pero la angustia estúpida por no incomodar, sumada a la desgradable presencia del "progenitor" de nuestro héroe hicieron que nunca se materializara tal decisión. Se había aplazado como muchas que debían ser inaplazables, porque uno de los defectos que Divius nunca pudo corregir, fue la idea que siempre había suficiente tiempo para hacer las cosas, aunque la vida le hubiera demostrado que no existe suficiente tiempo para nada.
Un día antes de morir, Divius se enteró de la delicada situación de Carlitos. Su madre le había alertado al respecto y sin embargo, solo intento llamarlo una vez. No lo logró y después solo lo aplazó. Nuevamente.
La mañana de la muerte de Carlitos, Divius estaba quejándose de que no podría festejar con sus amigos si decidían que viajarían a visitarlo en su lecho de enfermo el día domingo y no el lunes. Luego de un arreglo con su madre, acordaron convencer a Carmencita de viajar el lunes a aquella calurosa ciudad. Pocos minutos después, su madre lo llamó para contarle que Carlitos había muerto. El sentido de todo plan había sido arrebatado en ese momento. Era inútil planear. La muerte había desvanecido las vida de otro hombre de buena fe, quien tal vez mereciera más el título que el propio Divius.
Carlitos había muerto. Y a Divius no le quedaba otra opción que la de aceptar que los buenos deseos, que las buenas acciones, no eran nada ante la muerte. Que probablemente nada tuviera sentido, porque la muerte se llevó tanto al mezquino como al bondadoso. Porque nadie sobrevive a su terrible sentencia.
Lo peor de todo es que lo único que Divius pudo hacer ante tal situación, fue robarle inspiración al suceso y escribir unas mediocres líneas tratando de hablar acerca de la finitud de los seres vivos. Todo para cumplir con un estándar absurdo y autoimpuesto, pues su texto aunque pueda ser del agrado de varios no lo es de él mismo, porque se nutre de la desgracia para lograr el reconocimiento.
Y así tendrá que continuar su camino conciente de una inefable verdad: la vida sigue, no importa la naturaleza de las circunstancias que vivamos y aunque decidiéramos nosotros mismos acabar con nuestra existencia, jamás escaparemos del inevitable paso del tiempo y todas sus consecuencias. Es responsabilidad nuestra no hacer nada útil con el que nos dieron. Nuestra y de nadie más.
Pic: "Some day, i'll bring you flowers, frozen flowers of death." by e³°°° licenciado bajo una Creative Commons CC. BY-2.0
Soundtrack: Maps - The Yeah Yeah Yeahs
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9 dic 2009
El colibrí
Vagó en su inconciente, subconciente, conciente y ultraconciente. Evadió. Sigue evadiendo y ahora acepta su propia mediocridad como parte de su vida. Sabe que al final nada de nada tiene importancia. Solamente quiere producirse a si mismo la mayor cantidad de felicidad que pueda.
De pie, en la cima de una montaña notó a un ave, un colibrí que se posó en su hombro derecho. Traía un mensaje de su pasado, en letras que ya no reconocía, en sentiemientos que ahora eran distantes. De pronto, un corriente de aire le trajo una idea, una pulsión por hacer algo impensable.
Vio tras de sí el terreno sobre el que estaba. Una enorme meseta de pastos verdes con

Al llegar al borde, simplemente se dejó caer. Se dejó llevar hacia su incierto presente sin recordar nada de lo que fue.
Son las 9:45 a.m. El sol decembrino brilla preciosamente en las montañas de los Andes. Ella cuida un cayeno rojo. De la nada, un colibrí se acerca a la inmensa planta a tomar un poco de néctar. En un hecho insólito, se posa luego en su hombro. Se acerca a su mejilla y refriega su pequeña cabecita contra ella. Luego se va volando.
Son las 10:00 a.m. Suena el teléfono y Luisa se entera de que Antonio fue hallado muerto en las faldas de la montaña.
Pic: "colibri" by Romulo fotos on Flickr.com
Sountrack: Love by Zoé
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6 may 2009
Un hombre de buena fe
Hubo una vez un hombre de grandes ambiciones. Eran tan grandes y eran tantas que aún durmiendo - o con más razón - no paraba de pensar en ellas. Eran todas impresionantes y envidiables. Algunas eran obras sociales, otras incluían dominar el mundo y solo algunas veces, nuestro querido ambicioso, añoraba ser un ser banal, aunque debía reconocer que cuando lo hacía se sentía bien.
Era un hombre de imperativos y principios a priori. Era un hombre que se embriagaba con las sensaciones más paganas pero con un sentido infinito de su propia buena fe. Un hombre aveces torpe, debemos reconocerlo, pero en medio de su torpeza siempre hubo un infinito amor hacia quienes apreciaba. Egocentrico algunas veces y superfluo en otras, pero siempre con la sensación de que debía superar su propio ser y su propia identidad para llegar a ese punto que tanto deseaba llegar.
Un día la muerte decidió entrevistarse con él. Golpeó su puerta y nuestro amigo le abrió. Ella se identificó y en medio de su estupor y después de alguna prueba de que su vistante era quien decía ser, accedió a escucharla para saber que era lo que deseaba la muerte de él.
Se miraron fijamente por un largo rato. Nuestro heroe sudaba y palidecía mientras descubría la mezcla de belleza y maldad que envolvía el rostro de su visitante. Pensó en todo lo que él quería, era y soñaba ser. El soñaba con la inmortalidad a través de sus obras.
Al final ella sonrió, inmutable se levantó para marcharse y le dijo:
No te preocupes, no eres nada, solo un fulano más que con sus ambiciones pretende vencerme.
Pic: ":P" by Esparta licenciado bajo una Creative Commons CC. BY-2.0
Soundtrack: Die Sonate Vom Guten Menschen - Gabriel Yared.
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2 feb 2009
Oniricum
Julieta caminaba en el pantano de don Diego de Vargas. Era tarde y Chía se veía inmensa y rojiza. Un fenómeno poco usual por esas tierras. Cualquiera que la hubiera visto me entendería si le digo que parecía una vieja comadrona que chismoseaba las andanzas de todos los mortales sobre la tierra. El problema es que Chía no tenía comadres con las cuales intercambiar los cotilleos que veía que las mujeres en la tierra compartían. Destino triste para alguien que todo lo ve.
La verdad es que la falta de adjetivos que describan precisamente la hermosura de la joven Julieta, impiden un adecuado relato de lo sucedido. Apelo a sus recuerdos para que piensen en esa sensación que produce ver por primera vez a una mujer de aquellas que con solo dirigir una mirada a nosotros, nos hacen sentir completamente impotentes y abrumados. Nos hacen sentir indefensos como un niño, pero valientes como un guerrero medieval en la cruzada. Algo así sintió Chía cuando Julieta, que había escapado esa noche de la casa de Don Diego para bañarse en los pozos termales de la región, se desnudó aquella noche frente a ella. No podía dejar de mirarla y absorta en sus curvas, la diosa se sintió avergonzada de mirar tan descaradamente a la muchacha que como un pez nadaba entre las aguas y el vapor de los pozos. Una sensación que en su existencia, nunca había experimentado.
Julieta notaba algo diferente en la Luna esa noche. No quiso prestarle atención. Julieta tenía el hábito de nadar en las hirvientes aguas de los pozos y contrariamente a lo que uno pensaría, el agua a esa temperatura, no lograba hacerle daño. De hecho, ese dolor la reconfortaba. De alguna manera, la hacía sentir viva, la hacía desear el mundo y la hacía sentirse deseada por el mundo. En efecto lo era, porque ella, era de esas bellezas como la de la Marcela de Cervantes. Esa por la que lloraba Grisóstomo y por la cual murió de pena.
De pronto la luna se apagó y la noche quedó en tinieblas. Julieta nunca había presenciado tal fenómeno en el cual de un momento a otro, aún cuando el cielo estuviera despejado, la luna, redonda, llena y enorme, de un momento a otro, desapareciera. Julieta escuchó unos pasos sobre la hierba, trató de salir del agua y vestirse, pero la silueta de una india desnuda apareció ante sus ojos. De cabellos larguísimos, de contextura ruda pero femenina, de labios grandes, y unos extraños ojos plateados, la india cautivó a nuestra Julieta.
Esta nadó hacia la orilla del pozo donde se hallaba la india y se quedó mirándola. Contemplando su desnudez. Unos pechos morenos y delicados. Manos rusticas que le indicaban que probablemente se veía forzada a algún trabajo pesado en la encomienda. La india se arrodilló en el pozo mirando fijamente a los ojos a Julieta, quien se perdió en ellos. La india, cuando estuvo a la altura del rostro de nuestra hermosa dama, la besó como nunca la había besado nadie. Le acarició la nuca y la tomó por la cintura y Julieta se abandonó a las sensaciones que la estaban invadiendo. La india le hizo el amor como nadie lo había hecho, la hizo vibrar tantas veces, que finalmente ya no supo distinguir la realidad y la realidad y el ensueño fueron uno solo.
Sintió frío. Se dio cuenta de que estaba a la orilla del pozo y la luna estaba brillando como si nunca hubiera desaparecido en la noche. De pronto sintió un dolor en su corazón que ya conocía porque lo había sentido cuando sentía tristeza, alegría y dolor que extrañamente se mezclaban siempre en su corazón como elixir vital y necesario. Sintió un temblor. Comenzó a convulsionar y volvió a despertar.
Allí estaba. Una luz blanca cegadora que llenaba el cuarto. Una camilla metálica y varias correas. Un par de paletas de madera dentro de su boca, probablemente para que en sus accesos, no se mordiera. Allí estaba aquel hombre que había amado tanto a su Julieta. Esa Julieta que en su paranoia esquizoide ya no sabía si existía. Esa por la que se desgarró su corazón. Ya no quería vivir más. Cada vez las convulsiones era peores, los ataques más fuertes, su cuerpo débil que ya no resistía. Ningún narcótico le calmaba. Su única necesidad era ella.

En alguno de los pocos momentos de lucidez que tenía, Don Diego le había contado su historia a una de las enfermeras del hospital de las hermanas presentinas. Ella solo le escuchaba con lágrimas en los ojos, con asombro por escuchar de esa trágica experiencia. Se convenció a sí misma de que la piedad con ese hombre no podía ser cosa diferente a darle muerte. Poca lucidez le quedaba a él y consideró que el amor de Dios sabría entenderla y perdonarle su pecado. Decidió inyectarle una gran cantidad de un poderoso corticoide mientras dormía. Don Diego moriría plácidamente en sus sueños. Cuando la hermana Josefina aplica la droga a su mortificado paciente este comienza a disminuir su respiración. Sin embargo cada vez toma más aire. Como si estuviera suspirando. De pronto Don Diego siente ese dolor tan familiar en su corazón. Supone que por fin está muriendo y siente ganas de llorar. El dolor es cada vez más fuerte.
Abre los ojos. Gira la cabeza hacia el lado izquierdo. El reloj marca las 3:15 a.m. Julieta ha experimentado ella misma aquel dolorcito del que su amor tanto le habla cuando discutían. Ese mismo que al principio, cuando el coqueteo estaba a la orden del día, él le contó que sentía. Se estremeció. Giró la cabeza y entre sábanas blancas vio a su compañero. Recordó que a él le gustaba que le abrazaran. Lo abrazó, le dio un beso en la frente y al oído, delicadamente, le susurró su nombre.
Pics: "Sueño de verano" & "Míralas!!! Ahí están!!! Son las 100.000 visitas!!!" by movimente cedidas bajo una licencia CC BY-NC-ND-2.0
Soundtrack: Wie ein stern - Frank Schöbel
17 dic 2008
Status quo
Un nuevo nombre que pide autorización para hablar contigo. Letras que disminuyen contingencias y conversaciones multimodales y multimediáticas moldean una expectativa por conocer en medio de la profunda soledad y el ansia de conocer y recorrer.
Cortes, jueces, muertes y cinismo que utilicé para cautivarte. Músicas posibles para el alma noctámbula y nuestras letras que con cada click sobresaltaron nuestros corazones mientras en la profecía del fin del mundo solo pensábamos si podríamos hacer tantas cosas con nuestro poder felino.
Un beso, la luna y mi camioneta roja fueron el escenario para ver el futuro. Relaciones de poder en las que ninguno podrá imponerse porque tenemos fuerzas imparables. Animo de dominio y latinismos efímeros que nos hacen ver intelectuales. No lo somos. No lo hemos sido a pesar de que nos lo hemos propuesto.
Poco tiempo tomó para explorar fluidamente tu carne en mis manos al mismo tiempo en que me ordenabas perder el control. Lo hice. Y lo hice porque siento y sentí que valías la pena. Escribí mi nombre en tu boca entre gemidos silenciosos y en tus ojos dibujé una súplica de más caricias. De tanto en tanto nos juntamos entre el vino tinto y el atardecer. Juntos descansamos la química de nuestros cuerpos desgastados para retozar de nuevo entre epístolas y armonías.
Ciento cuarenta espacios posibles en el universo que indican un pensamiento mutuo. Crisis que invaden con una fuerza titánica y nos llenan de pesadumbre profunda. Violencia desgarradora. Paz perpetua. Pactos rotos. Alas blancas. Derrotas provocadas.
Ahora solo esperamos renovar un sentimiento que por poco no logramos reparar. Nos libraremos de las ataduras de lo que pretendimos ser y encontraremos lo que verdaderamente somos. Espero no asustarte porque ahora solo esperamos poder volver a amarnos.
Soundtrack: Something about us - Daft Punk
Pic: "Cherry Blossoms" by dwinton Imagen cedida con una licencia Creative Commons BY-NC 2.0
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Temas: Amor, ella, erotismo, escape, Literatura epistolar, Walter Hëgon