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17 jul 2007

A la Orilla del Camino

Empezaba a entender su enfermedad. Cuando comía dulces en exceso el sueño la vencía. Antes el había insinuado algunas cosas, pero conocía su historia inconclusa y prefería no entrar en terrenos peligrosos.

El era pintor, tantas veces la invito a sus exposiciones, una excusa siempre fue válida para no ir, de alguna forma ella sabía que no resistiría verlo acompañado de su hermosa novia. Cuando verás mis cuadros en una galería? Repetía siempre el amable sujeto. No tuve tiempo, nadie quiso acompañarme, llovía, eran sus palabras… ella temía verlo feliz y enamorado no precisamente de sus ojos.

Se conocieron en un grupo de crítica literaria y aunque vivían en la misma ciudad se habían visto muy pocas veces. Sin embargo se escribían a menudo, miles de palabras se intercambiaban cada semana. Ella esperaba con anhelo cada contestación, no eran palabras de amor, sus cartas hacían referencia a cualquier tema, hasta consultas sobre temas sentimentales. “Estoy confundido, me gusta otra mujer..” empezaba su última carta, una sonrisa se dibujó en su rostro, anhelaba que hiciera referencia a ella, su cara no tardó en retomar la tristeza característica, “Se trata de la pintora que me acompañó en mi última exposición” se apresuró a dar respuesta, “has decidido estar con Diana, es normal que sientas atracción por alguien más, pero debes ser fiel a tu amor.”

Una nueva carta apareció “Angustia cósmica…” ella no entendió bien, supuso que era una tristeza enorme. “Está bien un café a la orilla del camino?” era la última línea. No rechazaría esta nueva invitación, era sin prisa, sin tanta gente. “El martes, a las seis y media, a la orilla del camino” una respuesta corta y concreta.
Llegó antes que el, sintió temor de parecer muy interesada. Era hermoso, sin duda, ahora lo tenía frente a frente, reparó sus formas, su sonrisa perfecta, sus manos amplias. Hablaron de todo, como en las cartas, el pidió un te helado y ella un capuchino sin licor. Se hizo tarde y pagaron la cuenta, ella tomó los dulces de la mesa, olvidó que la harían caer del sueño. Los comió sin pensarlo. Durmió tan pronto llegó a su soledad, acarició a su gato. Soñó con el, tan hermoso, tan perfecto…

16 jul 2007

sueños...

La palabra es sueños...

24 jun 2007

Dónde más te espero??

Cuando entré al consultorio no estaba sólo el médico, lo acompañaban dos residentes de ginecología, tres internos y dos estudiantes que rotaban por esa especialidad. Sentí mucho temor, me imaginé a todas esas personas aprendiendo conmigo, saqué los exámenes torpemente, sólo bastó una simple mirada, varias preguntas y emitió el diagnóstico. Quería llorar mientras escuchaba sus palabras, pero me contuve y sonreí nerviosa. -Pasa al otro lado, necesitamos realizarte un examen físico. Ya sabía de que se trataba, pero no quería que todas esas personas me vieran y menos que me tocaran. Uno de los residentes entendió lo que pensaba y me dijo tocando mi hombro, tranquila, sólo yo te revisaré.

Así fue, salí un poco intranquila con el diagnóstico, casi deprimida. Necesitaba algún desconocido a quien contarle mi pena y recordé que en un salón de belleza siempre algún desconocido te escucha. Mientras lavaban mi cabello lloré, mientras me peinaban lloré y cuando me estaban arreglando las manitos no aguanté más y reventé en llanto como pocas veces en mi vida. No es justo, le decía a mi amiga de turno de la cual no recuerdo ni su rostro. –Arruinarás tu peinado, sólo alcanzó a decirme mientras retiraba el cabello de mi rostro empapado por las lágrimas.

Salí hasta Bek, un café de la calle 19 muy cerca de la Estación de Las Aguas. Pedí un café irlandés, un grupo empezó a tocar y me fastidió tanto que tomé rápido mi café y salí. Al salir estaba el, venía de la carrera cuarta, lo abracé fuerte cuando lo vi, el parecía contento de verme, su sonrisa no me reveló su intención de verme por última vez aquel día. Un café feo del Chorro de Quevedo era ahora nuestro refugio, lo escuché cantar mientras le tomaba algunas fotos, a su sonrisa, a las paredes, a todo cuanto pudiera, mi cámara sólo quería disparar, sólo ella sabía que era la última vez que lo tendría frente a mi. La guardé por fin y tomé un sorbo de mi cerveza, tomó mi vaso y lo puso junto al suyo en la mesa arruinada, acercó su rostro al mío y me dio el beso que más recuerdo. Sus labios dulces, suaves, como nunca los sentí en un hombre, era una sensación parecida a besar una mujer.

Las manos que no deseé en el consultorio que me había deprimido tanto las deseaba ahora, las suyas, grandes, fuertes, protectoras, examinándome. Desnudé mi cuerpo sin que lo pidiera, no usé la incomoda bata de paciente, fui su objeto de estudio, fue mi voluntad, mi fortaleza reducida a nada ante su presencia. Y aprendió suficiente, como para no necesitar más encuentros. Y mi cuerpo recibió demasiado, como nunca antes, no fue suficiente con sus dedos, su cuerpo entero deseaba explorarme y fui objeto, materia disponible, insumo de laboratorio. La carrera séptima, frente al Planetario, ahí vi por última vez al explorador de mi anatomía. Lo espero cada noche, pido un café irlandés, salgo a la carrera cuarta, miro a cada lado y espero su abrazo, subo hasta El Chorro, quizás me demoré y decidió adelantarse, espero que arrebate mi cerveza y me despido borracha, hasta hoy no aparece. Dónde más te espero?