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17 dic 2010

Un hombre de buena fe II: In memoriam Carolus Magnus

(Click para leer la primera parte del cuento "Un hombre de buena fe")


Lo más irónico de la historia, es que la muerte realmente tenía razón. Nadie representa para ella más que un fulano más y eso lo había visto en seis ocasiones nuestro héroe durante el año que está por terminar. En especial dos de esas muertes fueron impactantes para él.

La primera vez, fue la muerte de su tío. Al menos la genética decía que lo era, aunque las relaciones hace rato habían probado lo contrario.

Carlos Sánchez era un hombre extraño dentro del contexto de su familia. Uno de aquellos individuos que a los ojos de sus víctimas eran la personificación del mal, pero que ante el espejo podían verse confiando en que eran hombres de buena fe. También tenían sus ambiciones, sus metas, pretendió alguna vez conquistar el mundo. Su esposa fue hermosa. Deseada por muchos. De aquel tipo de mujer que huele como la carne recién preparada para aquellos hombres que viven en una alerta permanente por encontrar mujeres que puedan llevar a la cama.

Seguramente Carlos pensó lo mismo cuando la vio por primera vez. Nuestro héroe al pensar en la situación llegó a preguntarse si en verdad Carlos alguna vez se había sentido como una buena persona o si alguna vez se sintió como una víctima. Si él era capaz de sentir alguna cosa buena.

El horror de sus últimos días, le fue contado a Divius por su otro tío, Matías. Al parecer, viejo y amargado, Carlos se había encerrado en el oficio que había aprendido tras haber sido despedido del único empleo que tuvo por robar a sus jefes. Y es que desde hacía varios años, Carlos había perfeccionado su técnica y conocimientos en la reparación de computadores. Murió por una falla al corazón. Un doloroso infarto que se desarrolló por lo menos durante 24 horas. O eso le dijeron.

Su hijo no quería asistir a su funeral. Carlos Mauricio decía, que él había sido su progenitor, más no su padre. Esta frase le fue dicha a Divius por su primo, cuando intentaba convencerle que asistir al funeral era un gesto de apoyo a su madre y no de honrar la memoria de su “progenitor”. Se la dijo aquella noche, mientras comía Chop Suey y veía novelas mediocres en televisión. Realmente no parecía afectarle. De alguna manera, era envidiable.

En efecto, Divius, aunque lloró amargamente cuando se encontró con su propio “progenitor”, en la sala de espera de la funeraria donde estaban preparando el cadáver de su tío, no lloraba por la muerte de él, sino por una idea abrumadora: pensó que nunca se enteraría del día de la muerte de su padre. Y que tampoco se enteraría de su muerte. Visto desde la perspectiva de un espectador en una sala de cine, la escena era simplemente demasiado trágica para no llorar amargamente, pues Divius, quería a su padre, aunque fuera consciente de que solamente fuera su “progenitor”.

La segunda muerte que estremeció a Divius, ocurrió la mañana del 17 de diciembre de 2010. Carlitos Figueroa, un hombre gentil – en la acepción de la palabra que comúnmente podemos encontrar en la Biblia – había fallecido después de más de una semana de haber sido hospitalizado. Las causas de su muerte se desconocen en el instante en que estas líneas fueron escritas. Sin embargo, las ideas no dejan de fluir en la mente de nuestro héroe.

Carlitos era de aquellos hombres para los cuales la ingeniería del alma era como la de una catedral gótica. Aunque podía ser inmensa, era bella. Y a pesar de su tamaño, nunca colapsó. O Divius nunca lo supo, pues en las pocas veces que compartió con él, siempre hubo generosidad.

De niño, Carlitos muchas veces se ofreció a colaborar con diligencias del pequeño Divius. Si era necesario ir al colegio, si era necesario ir a entregar un documento. Y cuando se trataba de visitarlo, las pocas veces que lo hizo, eran visitas realmente agradables. Llegó a su vida en el cambiante 1997, cuando la primera migración de nuestro héroe tuvo lugar, desde su pequeña burbuja provincial donde incluso el crimen es seguro, a la hostil capital. Una de las ciudades más caóticas y peligrosas del planeta.

Solía llamar a la casa para hablar con Carmencita, su abuela – aunque ella detestaba profundamente esa palabra. El los escuchaba hablar en voz baja por el teléfono, como si se tratara de dos quinceañeros que se están jurando amor. Era bonito, aunque nuestro héroe sintió celos más de una vez. Aún así era bonito.

Muchas veces le había invitado a visitarlo a la ciudad a la que se había mudado. El clima cálido era tentador, pero la angustia estúpida por no incomodar, sumada a la desgradable presencia del "progenitor" de nuestro héroe hicieron que nunca se materializara tal decisión. Se había aplazado como muchas que debían ser inaplazables, porque uno de los defectos que Divius nunca pudo corregir, fue la idea que siempre había suficiente tiempo para hacer las cosas, aunque la vida le hubiera demostrado que no existe suficiente tiempo para nada.

Un día antes de morir, Divius se enteró de la delicada situación de Carlitos. Su madre le había alertado al respecto y sin embargo, solo intento llamarlo una vez. No lo logró y después solo lo aplazó. Nuevamente.

La mañana de la muerte de Carlitos, Divius estaba quejándose de que no podría festejar con sus amigos si decidían que viajarían a visitarlo en su lecho de enfermo el día domingo y no el lunes. Luego de un arreglo con su madre, acordaron convencer a Carmencita de viajar el lunes a aquella calurosa ciudad. Pocos minutos después, su madre lo llamó para contarle que Carlitos había muerto. El sentido de todo plan había sido arrebatado en ese momento. Era inútil planear. La muerte había desvanecido las vida de otro hombre de buena fe, quien tal vez mereciera más el título que el propio Divius.

Carlitos había muerto. Y a Divius no le quedaba otra opción que la de aceptar que los buenos deseos, que las buenas acciones, no eran nada ante la muerte. Que probablemente nada tuviera sentido, porque la muerte se llevó tanto al mezquino como al bondadoso. Porque nadie sobrevive a su terrible sentencia.

Lo peor de todo es que lo único que Divius pudo hacer ante tal situación, fue robarle inspiración al suceso y escribir unas mediocres líneas tratando de hablar acerca de la finitud de los seres vivos. Todo para cumplir con un estándar absurdo y autoimpuesto, pues su texto aunque pueda ser del agrado de varios no lo es de él mismo, porque se nutre de la desgracia para lograr el reconocimiento.

Y así tendrá que continuar su camino conciente de una inefable verdad: la vida sigue, no importa la naturaleza de las circunstancias que vivamos y aunque decidiéramos nosotros mismos acabar con nuestra existencia, jamás escaparemos del inevitable paso del tiempo y todas sus consecuencias. Es responsabilidad nuestra no hacer nada útil con el que nos dieron. Nuestra y de nadie más.


Pic: "Some day, i'll bring you flowers, frozen flowers of death." by e³°°° licenciado bajo una Creative Commons CC. BY-2.0

Soundtrack: Maps - The Yeah Yeah Yeahs

6 may 2009

Un hombre de buena fe

Hubo una vez un hombre de grandes ambiciones. Eran tan grandes y eran tantas que aún durmiendo - o con más razón - no paraba de pensar en ellas. Eran todas impresionantes y envidiables. Algunas eran obras sociales, otras incluían dominar el mundo y solo algunas veces, nuestro querido ambicioso, añoraba ser un ser banal, aunque debía reconocer que cuando lo hacía se sentía bien.


Era un hombre de imperativos y principios a priori. Era un hombre que se embriagaba con las sensaciones más paganas pero con un sentido infinito de su propia buena fe. Un hombre aveces torpe, debemos reconocerlo, pero en medio de su torpeza siempre hubo un infinito amor hacia quienes apreciaba. Egocentrico algunas veces y superfluo en otras, pero siempre con la sensación de que debía superar su propio ser y su propia identidad para llegar a ese punto que tanto deseaba llegar.

Un día la muerte decidió entrevistarse con él. Golpeó su puerta y nuestro amigo le abrió. Ella se identificó y en medio de su estupor y después de alguna prueba de que su vistante era quien decía ser, accedió a escucharla para saber que era lo que deseaba la muerte de él.

Se miraron fijamente por un largo rato. Nuestro heroe sudaba y palidecía mientras descubría la mezcla de belleza y maldad que envolvía el rostro de su visitante. Pensó en todo lo que él quería, era y soñaba ser. El soñaba con la inmortalidad a través de sus obras.

Al final ella sonrió, inmutable se levantó para marcharse y le dijo:

No te preocupes, no eres nada, solo un fulano más que con sus ambiciones pretende vencerme.

Pic: ":P" by Esparta licenciado bajo una Creative Commons CC. BY-2.0
Soundtrack: Die Sonate Vom Guten Menschen - Gabriel Yared.

26 oct 2007

A la vuelta de la esquina

El sol del amanecer ilumina a Kata, que camina sin ganas por la calle polvorienta. Mil pensamientos cruzan por su cabeza, y ninguno de ellos la hace sonreír.

“Regale a Mamá en su día”. “Día de la madre, 20% de descuento”, pregonaban los carteles de los negocios.

“Muy irónico”, piensa Kata.

No puede evitar pensar en su madre… De pequeña se llevaban bien, ella la adoraba.
Les gustaba cantar juntas, y reían siempre, tanto.
Su madre hacía tortas de chocolate, y Kata la ayudaba, mas estorbando que otra cosa.

Después, Kata creció, se volvió rebelde, su madre ya no la entendía… Comenzó a salir más y más con sus amigas… y a hablar menos con su mamá, quien “nada sabía de la vida”.
Las dos mujeres se separaban cada vez más, mientras Kata aumentaba sus salidas, y comenzaba a frecuentar discotecas, bares, locales nocturnos …

Luego llegó el divorcio de sus padres, y su madre se sumergió tanto en sus propios problemas que no supo ocuparse de Kata… La mujer no pudo superar el fracaso de ese matrimonio, y el alejamiento del hombre que tanto había amado, que aún quería. Se hundió en la depresión, mientras Kata salía con sus amigas y no hablaba ya más con aquella madre histérica y triste.
El dolor y la soledad terminaron por afectar la salud de la madre. Al año, la mujer fallecía, dejando a Kata sola con un padre ausente y una tía poco interesada en la suerte de su sobrina. Kata estaba por cumplir los quince años…


El sol continúa su carrera por el cielo, mientras Kata entrecierra los ojos. Sus pasos son lentos. Le duele la cabeza, y solo piensa en su cama. El turno ha sido largo esa noche, y los clientes le han dejado muy pocas propinas…


No recuerda bien ya el punto exacto en el que las salidas nocturnas con sus amigas se convirtieron en otra cosa. La noche siempre había sido su ambiente, y con la muerte de su madre y la indeferencia de su padre y su tía, Kata perdió todo control.
Empujada por la necesidad de independizarse, Kata busco trabajo y entró finalmente en uno de sus bares favoritos. Primero fue camarera, pero al tiempo entendió que el verdadero dinero estaba en otra parte...


Al caminar, Kata masajea su vientre, aún chato, mientras las lágrimas ruedan por sus mejillas. Hoy se ha enterado… Justo hoy: Día de la Madre. Sería gracioso sino fuera tan triste.
El nombre del padre no tiene importancia. No lo sabrá nunca. Para él solo fue una transacción, pero para Kata, puede ser el fin de la vida como la conoce… Podría tal vez intentar “arreglarlo”… pero arriesga su vida, ya que es ilegal, y ella no tiene el dinero para ir a una buena clínica…

Sin ver a donde va, Kata dobla la esquina, Un rayo de sol la enceguece por un segundo, y cierra los ojos, aún nublados por las lágrimas. Cuando los vuelve a abrir, nota algo extraño, que la hace abandonar por un segundo el oscuro torbellino de sus pensamientos.
El barrio ha cambiado. Un segundo antes se encontraba en la esquina de su calle, por donde se llegaba a la pensión donde vivía, y luego… Todo era distinto. Hasta el cielo tenía otra tonalidad, la luz tenía otra calidad, y ese olor en el aire le recordaba…

Un reflejo adelante llamó su atención. Se trataba de un puestucho desvencijado que nunca había visto, pero que tenía, bien visible, un cartel que decía “Informaciones”.

Distraída, Kata se acercó al puesto. Era una pequeña oficinita con paredes de un material plástico, algo arruinadas, y que tenía una ventanita en su parte delantera. Parecía un viejo puesto turístico.
La ventanita estaba cerrada, pero encima de esta había un cartel:

“Oficina de Informaciones” decía en letras grandes.

Y mas abajo “Usted esta aquí”. Pero ningún mapa de calles acompañaba la leyenda.
Solo un dibujo de una cruz roja sobre un cuadrado amarillo, rotulado “Cruces”

Irritada y confundida, Kata estaba por irse, pero algo la hizo seguir leyendo. En letra más chica, el cartel explicaba:

“Bienvenido a los Cruces, o Esquinas de Vida.”
“Nuestro pequeño paraje, del que estamos orgullosos, es de una calidad única. La mayoría de nuestros visitantes solo vienen una vez en su vida.
Estamos felices de recibirlo”

“Historia: Nuestro pequeño paraje existe desde siempre, aunque no sea fácil de encontrar. Se trata simplemente de un sitio de paso, desde donde los caminantes pueden tomar un rumbo nuevo.
Como usted sabrá, las esquinas no solo representan cambio de dirección geográfica, sino también, oportunidad, cambio de perspectiva, novedad… al mismo tiempo representan un ciclo siempre renovado, porque cada esquina termina en otra esquina, y luego en otra, formando así una cuadra, sobre la que se puede girar eternamente… o a partir de la cual se puede tomar un camino totalmente diferente.”


Estas palabras despertaron ecos antiguos en Kata, quien no podía dejar de leer.


“Transportes: Para llegar aquí, usted debe tomar caminos difíciles, pasar por decisiones equivocadas y atravesar duros eventos. Solo así se puede visitar nuestro sector”

“Recomendaciones: Si ha llegado hasta aquí, es porque, a pesar de todo, alguien ha decidido que usted merece una segunda oportunidad.
Como usted sabrá, las esquinas pueden representar grandes cambios de dirección.
He aquí lo que ha de hacer:
Si quiere revisar los errores cometidos en su camino y corregir algunos, debe doblar a la derecha en cada esquina que encuentre, hasta llegar a destino. Si quiere hacer borrón y cuenta nueva, debe doblar a la izquierda, en cada esquina, hasta llegar a destino. Si usted es indeciso, y quiere tomarse un tiempo, solo siga derecho… hasta que se canse de caminar sin rumbo”

“¡Gracias por visitarnos! ¡Y buena suerte!”

Eso era todo. El cartel amarillento no decía nada más, pero era más que suficiente.

Sin saber que pensar, Kata volvío a mirar el lugar en el que estaba. A pesar de su pesar, de su dolor y su confusión, esas palabras habían despertado algo en ella. Sentía que algo fuera de lo común estaba pasando. Algo le decía que realmente, alguien había decidido acordarle una segunda oportunidad…

Como en trance, comenzó a caminar.

Dobló a la derecha, una, dos, cinco veces… Allí estaba el bar, la noche en que aquel hombre la tomaba.
Corrió hacia la próxima esquina, y dobló otra vez más a la derecha, y otra, y otra. Vio la noche en la que le hicieron la primero proposición indecorosa, esa que la precipitó en el oficio más antiguo del mundo.
Derecha, derecha, derecha. Kata corría cada vez más rápido. Allí estaba el bar, la noche en que entró a trabajar como mesera… luego la primera noche en que se cayó desmayada de tanto beber…el día en que se fue de casa de su tía…
Kata seguía aún doblando a la derecha en cada esquina… Y cada vez, en lugar de girar sobre la misma cuadra, antiguos lugares y eventos aparecían.
Sus pies parecían volar sobre las calles, aún polvorientas, mientras su vida retrocedía, y Kata con ella. Volvió a ver las primeras peleas con su tía. Vio las tardes solitarias, esperando aún una improbable llamada de su padre. Volvió a ver a su madre, enferma, deprimida.
Corrió, corrió, corrió. Siempre a la derecha, mientras sus pasos, y sus recuerdos, la llevaban a un día en particular. Con la respiración entrecortada, Kata se detuvo en fin.
Su cuerpo era distinto también. No sabía que edad tenía, pero sus pechos no habían crecido aún, así que debía ser pequeña.

“¡Regale a mamá en su día!” Volvían a pregonar los carteles, pero esta vez, en otra calle, y en otras tiendas.

Los pasitos de Kata eran cortos, pero rápidos y alegres. Iba saltando y riendo, con la risa de la niña que volvía a ser. Hoy era el día de la madre, y ella tenía que abrazar a la suya, y decirle cuanto la quería.