Mostrando las entradas con la etiqueta Felicidad. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Felicidad. Mostrar todas las entradas

27 sept 2011

El mejor día de la vida

Yo no sabía, pero cuando toqué las calles húmedas me enteré de lo que era la soledad.


Toqué la soledad porque es que así dicen que es, húmeda, triste, fría y vacía. Sin embargo a mi lado tenía la persona que más amé en el mundo, y con él, la soledad, aunque la tocara, desaparecía. Él pasó la noche anterior acariciando mis pies, tocando el borde de mi cama, que se parece mucho al borde de la muerte, y es que un mesón lleno de flores y muñecos de felpa debería ser algo así como un jardín e inmensos cariños de la gente que amas o de la gente que te ama, algo así, además de una cama caliente, una taza de chocolate que no debo probar, pero ya qué, es el mejor día de mi vida y lo pienso disfrutar, y así debería ser, sin ningún borde de muerte, sin ninguna cama caliente, disfrutando de un "afuera" helado, lleno de charcos de agua que podrían acabar con mi existencia, pero así fue, el mejor día de mi vida y el último de mi existencia.

Para mí es ridículo contarles como comenzó a caer mi cabello, cuando me veía al espejo y ya notaba inmensos terrenos de piel pálida, ahí donde debería haber una brillante y abundante cabellera castaña oscura, como noté que mi piel se aclaraba a medida que transcurría el tratamiento, y la soledad, esa soledad tan distinta a pesar de estar rodeada de la familia, amigos y aquellas personas que amaba, cuando ya no queda más vida sino invitar la muerte, enterarse que ella ya hace parte de uno y tragarse las lágrimas del día frente a visitas inesperadas, para soltarlas en la noche, cómo después de una decaída me internaron y mi habitación cambió a una fúnebre habitación de hospital, con la frialdad del aire acondicionado y un intento fallido de adornos florares y los peluches que adornaban mi cuarto, donde debería parecer un jardín, las estúpidas flores me recordaban el cementerio y los ridículos muñecos perdieron su valor, porque es que ya no hay nada más valioso que eso, que la vida que ya perdía y dejaba ir.   

Comenzó la vida después de la muerte.

Él no dejaba de mirarme, se pasó todo la noche detallandome, lo noté porque hace días ya no duermo; me dedico a mirar por la ventana. Y depronto algo pasa... Esta es la soledad y mi ángel era él, que acarició mis manos. Yo que ya no podía decir nada, mis ojos hablaron por mí.. Y él los leyó, supo escuchar, es mi último día contigo, mi última noche vivida y quiero disfrutarla junto a la lluvia, junto a un cálido amanecer, junto a ti. Así que se armó de valor y fuerzas para cargarme y colocarme en una silla de ruedas, cubrirse el rostro como un doctor y esquivar un par de enfermeras.

Usted se equivocó si pensó que éste cuento se trataba de mí, cuando era él quién se jugó su libertad por verme feliz. Yo también supe leer sus ojos, esa mirada de miedo e incertidumbre mientras salíamos por la puerta trasera del hospital y junto a un gran árbol quedamos, esperando el día aparecer, esperando la muerte llegar, esperando y diciendo con felicidad: Este es el mejor día de mi vida.

Gracias, Gabriel.

14 sept 2007

Desenlace

El último recuerdo que tenia de ella era su sonrisa despiadada mientras se alejaba caminando luego de acabar con todas sus ilusiones. Siempre la recordó hermosa, casi angelical, pero sin saber cómo ni por qué su hermoso ángel se transformó en un demonio vicioso que acabó con la felicidad que alguna vez tuvo.

Luego de recoger uno a uno los pedazos de su corazón y protegerlos de la fría lluvia que caía caminó con pies pesados hacia su casa, aunque lo que pesaba más que la ropa mojada era su espíritu maltrecho. Ya encerrado en su habitación comenzó recomponer su corazón y armarlo pieza por pieza; fueron tantas noches de lluvia, llantos, desesperos y desasosiegos que, cuando pudo haber completado su trabajo, el tiempo le había parecido infinito y se sentía como de 100 años.

Desde que pudo recomponer su corazón decidió que quería volver a ser el mismo de antes, quería ser el mismo de antes; se puso nuevamente los colores de gala que solo utilizaba cuando estaba feliz y salió a caminar con el deseo de tomarse el mundo. Pero como no era tan ambicioso decidió tomarse la ciudad y compartir su felicidad con todo aquél con quien pudiera.

Recorrió parques y plazas saludando a todos como viejos conocidos; de un lado a otro iba comprando dulces y flores y regalándolos a los niños que jugaban en las calles y a hermosas señoritas desconocidas para robarles una sonrisa coqueta y así seguir su camino. Y en sus ires y venires se topó con una calle que tristemente le resultaba familiar, gris y cubierta por la fría; era precisamente en esa misma calle donde había sucedido todo.

Respiró profundo y con paso solemne, lento y seguro se aventuró por la calle que sentía angosta y hasta cierto punto hostil, pero decidido siguió su camino, entró a una tienda y compró un cigarrillo; lo disfrutó al máximo y lo terminó al punto de haber llegado al final de la calle.

Y creyendo ver un espejismo vio sentada en una banca a una chica hermosa, medio ángel, medio demonio que por mucho tiempo fue el verdugo de sus sueños; la encontró como perdida en sus propios recuerdos y atacada por una lluvia fría e invisible que hacía más pesado su espíritu maltrecho mientras pensaba en alguien que acabó con sus ilusiones. Como pudo se acercó a ella, y a modo de expiación, la saludó de la manera más gentil que pudo para luego invitarla a tomar algo en el café de la plaza.

27 ago 2007

Efeméride

“A una persona que ya no tiene importancia”

Hasta ese día no había podido volver a verla a la cara, todo lo que le hiciera recordarla le parecía doloroso e insufrible; más de una vez pudieron verlo caminando cabizbajo y sin rumbo, arrastrando consigo penas y recuerdos.

Todo había comenzado unos meses atrás cuando recibió una llamada que puso su mundo de cabeza:

– Terminamos – Es lo único que recuerda claramente de una conversación de 10 minutos; compró algo de tomar, se sentó en una silla desocupada de la cafetería y encendió un cigarrillo; y sentía que muchos de sus planes se esfumaban con el humo ascendente que se disipaba en el aire.

Desde ese momento todo cambió para él, lugares, gente, música, e incluso comida cambió para él; lo último que esperaba era tener algo que la recordara a ella y sus planes fallidos. Simplemente no quería algo que supiera a ella, que sonara a ella y que oliera a ella; solo quería sentirse tranquilo y feliz en compañía de su soledad.

Con el tiempo se recobró su compostura y volvía a ser él mismo poco a poco, sonreía con verdadera naturalidad y se molestaba con mayor naturalidad todavía; los días se hicieron más coloridos y las noches se despejaron de sueños frustrados.

Y finalmente ocurrió lo impensable. De la nada sonó el móvil con un número desconocido, medio pudo despertarse y alcanzó a saludar:

– Estoy en la ciudad, me gustaría hablar contigo un rato. ¿Podemos vernos hoy en el lugar de siempre? – nuevamente un giro inesperado de 180 grados y al colgar no supo que pensar. Se arregló sin prisa y decidió salir.

Pero extrañamente se sentía feliz. Llegó a la plaza y se sentó en la mesa de siempre y esperando los minutos acostumbrados alargó un cigarrillo y tomó café. A la hora acostumbrada apareció ella como siempre la recordaba, pero sin sentirse particularmente emocionado hablaron tranquilamente como viejos amigos, de viejos tiempos y nuevos amores, sueños y fantasías por venir.

El tiempo transcurrió tranquilamente mientras conversaban y luego de las despedidas formales y los buenos deseos la vio marchar. Decidió ir entonces al lago que quedaba en la zona más alejada del parque, aquél al que le gustaba ir cuando quería pensar y pasear distraído con su soledad.

Y mientras tomaba rumbo al parque sintió que esa charla se había llevado un fantasma que no se entrometería más entre él y su soledad.

11 ago 2007

Sentidos Vacíos

El ruido del jardín lo despertó; los pájaros cantaban mientras podía escucharse a lo lejos el bullicio de la gente en el parque cercano. Vio que el reloj marcaba pasadas las diez y sabiendo que no podría volver a dormir decidió que dar una pequeña caminata le ayudaría a despejarse un poco.

Bajó a la cocina y se preparó un sándwich ligero que lo acompañó con un jugo de naranja instantáneo; lavó y ordenó lo poco que había utilizado y luego de arreglar dos o tres cosas más subió para arreglarse y salir a caminar. Encendió la radio y las notas parecían no producir efecto en él; sin inmutarse entró a la ducha mientras la música inundaba la habitación. Se bañó de manera mecánica; últimamente las cosas le parecían simples, vacías. Se arregló de manera informal y tomando su teléfono móvil y billetera se dirigió al parque.

Cuando llegó pudo ver que todos los juegos estaban repletos, niños, parejas, familias iban y venían por todas partes; incluso ese paisaje tan colorido no hizo mella en su carácter, compró un refresco en botella y decidió llegar hasta el lago que se encontraba en la parte más alejada del parque, solía ir allí cuando buscaba pasar un rato solo con sus pensamientos; caminó y vio sentada en una banca a una joven que se entretenía leyendo un libro y perdiendo la vista a lo lejos en el lago.

Se detuvo por un instante mientras veía a la muchacha, llevaba esas faldas y blusas tipo hippie, unos lentes y el cabello suelto que lucía con cierta coquetería; cerró los ojos un momento esperando que al abrirlos esa imagen no desapareciera como los espejismos del desierto.

Con paso indeciso decidió acercarse a la muchacha, intentando no hacer ruido para no asustarla; de un momento a otro ella miró por donde él venía y luego de una fugaz sonrisa apenada volvió a bajar la cabeza y se concentró nuevamente en su libro. Sintiéndose como un niño pequeño que habla por primera vez con esa niña que le gusta caminó hacia donde ella se encontraba y tomando todo el valor que pudo dijo:

– Hola, ¿Qué tal el día? – ella alzó la mirada y volvió a sonreír. Estando frente a ella pudo ver que sus ojos eran transparentes y su sonrisa sincera que le daban a su cuerpo un aire casi celestial. Supo en ese momento que no querría buscar a nadie más; estar junto a ella le devolvería el sabor y color a la vida y sabía que sería capaz de hacer hasta lo imposible para hacerla verdaderamente feliz. Y desde ese momento todo fue diferente.

25 jul 2007

Revelación

Cuando se despertó no podía creerlo, tenía las alas más hermosas que jamás había visto; eran blancas, enormes, hermosas, fantásticas, unas alas como aquellas que recordaba de los libros ilustrados que tenía de niña y leía todas las noches antes de dormir.

Ese siempre fue su deseo; y aunque fuera imposible, pedía lo mismo una y otra vez todas las ocasiones que alcanzaba a ver una estrella fugaz desde la ventana de su habitación o cuando podía atrapar una dama de algodón cuando paseaba su soledad por la ciudad y los campos. Y por fin su deseo se había cumplido, tenía las alas más hermosas que jamás había visto o podía recordar.

Lo primero que hizo fue extender las alas para contemplarlas con atención y al verlas desplegadas se imaginó como un hermoso ángel de los tantos que adornaban sus libros ilustrados; alas que acompañaban a un cuerpo delicado de cabello negro e intrigantes ojos café.

Batió un poco las alas para reconocerlas y luego decidió ascender poco a poco venciendo el temor inicial a lo desconocido; la satisfacción era tal que de un momento a otro se encontró volando entre las nubes y las aves que siempre seguía con la vista.

Desde lo alto pudo divisar el árbol al que siempre se recostaba a contemplar el paisaje o leer un libro acompañada de su soledad, el camino por el que ponía a viajar sus pensamientos y todos los pasajeros de sus sueños deseos e ilusiones; mientras veía todo eso sentía como todos sus problemas y temores iban quedando tan abajo que parecían desaparecer y comenzó a sentirse feliz y satisfecha nadando en ese enorme cielo azul.

Sintiéndose libre por primera vez llegó hasta lugares que jamás hubiera podido imaginar, viendo cosas sorprendentes y personas fantásticas. Con sus nuevas alas fue y vino por donde quiso; y cuando al comenzó a sentir cansancio luego de tan monumental viaje decidió volver a la ciudad, aterrizó en la plaza central y en la mesa de siempre del café de siempre tomó la bebida de siempre como cada vez que salía a recorrer las calles con su soledad.

Cuando terminó su café comenzaron a salir las primeras estrellas de la noche; y entre ellas pudo ver otra estrella fugaz, pensó rápidamente todo lo que podría pedir pero finalmente se decidió y deseó que sus alas jamás desaparecieran; y como si hubiera sido escuchada, la estrella comenzó a brillar tan fuerte que tuvo que cerrar los ojos. Cuando los abrió nuevamente se encontraba acostada en su habitación.

El día pintaba normal. Decidió arreglarse y salir a dar una pequeña vuelta por la plaza central acompañada de su soledad como cualquier otro domingo, pero al salir a la calle y mirar hacia el cielo recordó la sensación de tener alas y desde ese momento todo parecía totalmente diferente; el cielo no parecía tan gris como lo recordaba y su soledad era más amena. Dio gracias por otro sueño cumplido y partió a ver qué cosas nuevas podría descubrir, ésta vez con los pies sobre la tierra.

9 jul 2007

Mascarada

La ventana de la habitación estaba abierta de par en par. La noche era fresca y el viento traía el rumor de la algarabía que se formaba en la plaza del pueblo; la música de tambores, gaitas y flautas se mezclaban con las risas, gritos y palmas de los danzantes, mientras las tarimas se llenaban de disfraces y comparsas.

Ya no podía esperar más, tomó la máscara que completaba su disfraz; la admiró por unos instantes en silencio, lentamente la puso sobre su rostro como cumpliendo con un sagrado ritual y como un rayo bajó y se mezcló entre el bullicio y la gente. La alegría brotaba por todo su cuerpo; gritaba, cantaba, aplaudía y danzaba como el que más. Ésta era su noche, su única noche, la última noche de Carnaval.

Las primeras luces del amanecer indicaban que el final de las fiestas se acercaba; las bandas y las orquestas comenzaban a tocar los últimos acordes mientras las parejas improvisadas no daban señales de cansancio y la felicidad seguía a flor de piel en los participantes y espectadores.

Unas horas más tarde todo había concluido. Mientras la plaza principal se vaciaba poco a poco y solo quedó como recuerdo de una noche fantástica la basura que dejaron los disfraces, la bebida y comida de todos los presentes él caminaba nuevamente a su habitación.

Cuando finalmente llegó, cansado y sudoroso, retiró su traje y la máscara con la misma solemnidad con la que se lo puso la noche anterior; y luego de poner todo a un lado de la cama se acostó desnudo y contemplando la tranquilidad y el silencio de la habitación se durmió. Y en ese momento fue verdaderamente feliz.