Lo único que le quedaba a ella de esa miserable noche eran las sábanas manchadas con su propia sangre y al cerrar los ojos un pequeño dulce, tal vez amargo, sabor en la boca.
Nunca entendió ni entenderá las ganas de Filiberto de hacerla suya, así sin preámbulos, a la fuerza, despojada de cualquier perjuicio,inerte, casi muerta, aterrorizada.
Si tan sólo supieras que con pedírmelo hubiéramos logrado la noche más romántica de nuestras vidas – repetía ella una y otra vez a su oído, susurrando entre sollozos.
Nunca entendió ni entenderá las ganas de Filiberto de hacerla suya, así sin preámbulos, a la fuerza, despojada de cualquier perjuicio,inerte, casi muerta, aterrorizada.
Si tan sólo supieras que con pedírmelo hubiéramos logrado la noche más romántica de nuestras vidas – repetía ella una y otra vez a su oído, susurrando entre sollozos.
Calla, Magnolia, Calla, no quiero lastimarte, estate quieta, no dolerá, no insistas, Magnolia, ya voy a acabar – Repetía Filiberto, sin entender,sin querer, tan sólo sabiendo que esa noche en esa cama ella a la fuerza, su fuerza de hombre iba a ser suya.
Unos meses más tarde, cuando lo único que le quedaba a ella de esa miserable noche eran las sábanas manchadas con su propia sangre y al cerrar los ojos un pequeño dulce, tal vez amargo, sabor en la boca, Magnolia entró a ese, el cuarto más hermoso de la Ciudad Sin Fin, lleno de rosas y oloroso a canela. Ella, Rosario, la más bella descansaba paciente sobre sábanas de seda.
Magnolia esperó, paciente en una esquina, con la ira casi rebosando sus ojos. Sus manos temblaban. Con el cuchillo en la mano, las lagrimas en los ojos, al descubrir que Rosario levemente despertaba, se abalanzó sobre ella, y sin dejarla respirar, sin ni siquiera dejarla suplicar y gritar, la apuñaleó hasta matarla…………
Rosario se había convertido a la mañana siguiente en la amante fantasma de Filiberto. Magnolia nunca pudo entenderlo, porque aquella noche si el se lo hubiera pedido, ella con más amor que el que ahora guardaba, le hubiera concedido la dicha de hacerla mujer. Ya sus sábanas no se lo recuerdan, ahora, sólo queda de aquella noche, las sábanas manchadas de sangre del cuerpo inocente de Rosario y al cerrar los ojos un dulce, y tal vez placentero, sabor en la boca.