“Embriagada por culpa de su insípida inocencia,
confundió el dulce sabor de un temprano amor con el amargo sabor de su
trágica impaciencia.”
Fabián llegó montado en su caballo blanco a la puerta del polvorín en el que aguardaba con ilusiones Mayahuel. Su camisa de algodón desabotonada dejaba ver una cadena de plata en la que pendía su fe, llevaba consigo su sombrero, su fuete y un cuerno hasta el borde de la bebida que llamamos pulque.
Después de muchos tragos, Mayahuel, embriagada quizás por una extraña fiebre provocada por el calor e inquietud natural de su edad, mezclada también con los propios del mes de julio, continuaba bebiendo de aquel elíxir mexica que hacía ver visones y hablar en náhuatl.
Se habla de un color y un sabor muy similar al de la bebida ritual, mágica y espirituosa de nuestros antepasados, aguamiel que se extrae de la flor del maguey, esa que embriagó y sometió a los conquistados. Hoy hace de Mayahuel lo que hizo con ellos, hoy escalda su lengua, embriaga su mente, somete su alma y conquista su cuerpo.
Fabían dejó a Mayahuel sucia e inconsciente, recostada por no decir tirada en la tierra frente a la cortina de su casa y mientras la madre abría la puerta, caballo y hombre huían.
–¡Por Macuiltochtli Santo! ¡Mayita, pero qué te han hecho!
Hoy, el roble feroz y blanco del hacendado exhortó a la niña a ser parte de él, embriagada por culpa de su propia inocencia, traicionada por el amor y la confianza que brindó al güero de ojos verdes, permitió que confundiera el dulce sabor de un temprano amor con el amargo sabor de su trágica impaciencia, y más aun de la impaciencia de aquél hombre blanco hambriento de piel morena que no hizo más que fecundar con su fermento extraño y podrido a aquella pequeña niña mexicana.
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15 ago 2007
Mayahuel
Narró:
Alejandro Serafín
El encuentro era por demás inverosímil, los colores de los cuerpos desnudos contrastaban en las paredes de aquél cuarto blanco pues la palidez del hombre hacía que se perdiera en aquel fondo y en cambio Mayahuel resplandecía con las luces y sombras que iluminaban su virginal cuerpo.
Aquella niña morena y frágil, de pequeñas facciones, cabello negro y lacio, mexicana hasta en sus dientes, parecía ser sacudida por un fantasma que al final de la tormenta expulsó el color de su piel y el parecido de esa sustancia con la bebida que la embriagó fue tanto que llegó un momento en el que le pareció poesía.
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Escucharon y Hablaron
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Temas: Alejandro Serafín, Conquista, Mestizaje, Mexicana, Mexico
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