Como todas las tardes desde que aquella niña le regaló el libro, Laura se encontraba sentada a la orilla del rio mirando las imágenes que adornaban sus páginas cuando las hadas compañeras decidieron hablarle.
Laura era una niña muy infeliz.
Todos sus días eran exactamente iguales.
Desayunaba, si a eso se le podía llamar desayuno, al salir el sol una hogaza de pan duro como la roca y debía salir de inmediato a pedir limosna en las calles del centro; no sin antes recibir sendos golpes de su padre mientras le advertía que hoy debía traer mas dinero que la noche anterior. Pasaba las mañanas vagando de aquí para allá huyendo de los gendarmes que la perseguían acusándola de ladrona cuando su verdadera intención era violarla en algún callejón oscuro; evitando ser arrollada por los carruajes ocupados por algún noble que quería salir rápidamente de esas callejuelas sucias y malolientes; mendigando un pedazo de fruta podrida en los puestos del mercado y poniendo su mejor, o peor, cara cuando recordaba que su padre la golpearía nuevamente al regresar a casa si no llevaba suficiente dinero.
Al entrar la tarde se iba al cruce de caminos a la entrada de la ciudad para intentar, junto con otras cuantas docenas de niños, conmover a los comerciantes que volvían del pueblo vecino con sus bolsas llenas de piezas de oro para que les arrojaran algo de dinero o al menos un poco de comida.
Por las noches regresaba a casa para entregar el dinero del día a su padre que, después de haber golpeado a su madre, se ensañaba contra la pobre Laura, tildándola de inútil y de haber robado mas de la mitad del dinero que le habían dado en el día.
Todos sus días eran exactamente iguales.
Pero su rutina había cambiado ligeramente desde aquel día en que de uno de los carruajes de los comerciantes una mano de una niña de su misma edad, pero mucho más afortunada que ella, le arrojó un libro repleto de imágenes.
Desde ese día Laura sacaba algo más de una hora todas las tardes para irse a la orilla del río y se tendía boca abajo en el pasto a pasar las paginas del libro y a mirar las imágenes que lo adornaban y a intentar armar una historia coherente basándose en ellas.
Todas sus tardes eran exactamente iguales.
Mientras miraba las imágenes del libro deseaba que algo de eso le ocurriera a su padre para que así dejara de golpearla.
Deseaba que el ángel de la espada de fuego lo cortara en dos.
Deseaba que el viejo del cuchillo lo apuñalara sobre aquella roca.
Deseaba que el mar se lo tragara como se tragaba esos carros y esos caballos.
Deseaba que se convirtiera en un bloque de sal como aquella mujer.
Deseaba que lo clavaran a una cruz como a aquel hombre de barbas.
Odiaba tanto a su padre.
Si, todas sus tardes eran exactamente iguales... hasta que las hadas compañeras decidieron hablarle.
Eran dos. Pequeñas y brillantes. Con sedosas y largas cabelleras. Olían a vainilla y sus alas producían un casi imperceptible zumbido. Y le hablaron. Le hablaron y la escucharon. Se condolieron de ella y decidieron hablarle para aconsejarla.
Escucharon sus penas, sus quejas y sus pesares. Escucharon sus odios y sus ideas. Miraron con ella las imágenes de aquel libro. La escucharon y le hablaron y la aconsejaron. Y con su pureza le hablaron al oido e intentaron sacar el odio de su corazon. Le explicaron que mas que odio su padre necesitaba ayuda. Ayuda y comprensión. Que él nunca había tenido amor y por eso no sabía como darlo. La aconsejaron y la hicieron entender que en el fondo su padre no tenía la culpa de su maltrato. Que la trataba así porque no sabía como más hacerlo. Que a él siempre lo habían tratado así.
Las hadas compañeras fueron de gran ayuda para Laura. Desde que hablaba con ellas odiaba menos a su padre e increíblemente este parecía odiarla menos a ella. El cambio de actitud de la niña generó un cambio de actitud en el padre. Si. Las hadas compañeras habían ayudado mucho a Laura. Ya no sentía odio por su padre. Había aprendido a aceptarlo tal y como era. Había gente que no sabía actuar de otra forma sino así.
Por eso Laura no sintió el más mínimo remordimiento cuando cerro de golpe el pesado libro aplastando así a sus dos hadas compañeras. No sintió remordimiento porque ella era así. Era hija de su padre. Y también llevaba la maldad en la sangre.
Mostrando las entradas con la etiqueta hadas. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta hadas. Mostrar todas las entradas
13 jun 2007
Las Hadas Compañeras...
Narró:
Anónimo
Suscribirse a:
Entradas (Atom)