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9 dic 2009

El colibrí

El era un hombre de éxito. Todo lo que había querido, en mayor o menor medida, lo había tenido. Se había enamorado después del dolor y en ese amor fijó todas sus esperanzas, pero nuevamente le falló el amor. La falta de palabra, decía el...

Vagó en su inconciente, subconciente, conciente y ultraconciente. Evadió. Sigue evadiendo y ahora acepta su propia mediocridad como parte de su vida. Sabe que al final nada de nada tiene importancia. Solamente quiere producirse a si mismo la mayor cantidad de felicidad que pueda.

De pie, en la cima de una montaña notó a un ave, un colibrí que se posó en su hombro derecho. Traía un mensaje de su pasado, en letras que ya no reconocía, en sentiemientos que ahora eran distantes. De pronto, un corriente de aire le trajo una idea, una pulsión por hacer algo impensable.

Vio tras de sí el terreno sobre el que estaba. Una enorme meseta de pastos verdes con un toque azul. Unas flores rojas y amarillas que se mecían con el viento. Retrocedió. Cuando se sintió listo se detuvo. Miró de nuevo al horizonte. Emprendió una carrera y en el camino, inmensas plumas tornasoleadas comenzaron a brotarle de la piel. Su boca comenzó a endurecerse, se tornó del mismo material del que estaban hechas sus uñas y comenzó a prolongarse desde la mitad hacia el frente. Comenzó a perder la memoria, trató de aferrarse al más precioso de sus recuerdos porque sintió miedo de perderlo definitivamente. Ese recuerdo del único ser que le había amado tal y como era. Luisa...

Al llegar al borde, simplemente se dejó caer. Se dejó llevar hacia su incierto presente sin recordar nada de lo que fue.

Son las 9:45 a.m. El sol decembrino brilla preciosamente en las montañas de los Andes. Ella cuida un cayeno rojo. De la nada, un colibrí se acerca a la inmensa planta a tomar un poco de néctar. En un hecho insólito, se posa luego en su hombro. Se acerca a su mejilla y refriega su pequeña cabecita contra ella. Luego se va volando.

Son las 10:00 a.m. Suena el teléfono y Luisa se entera de que Antonio fue hallado muerto en las faldas de la montaña.

Pic: "colibri" by Romulo fotos on Flickr.com
Sountrack: Love by Zoé

2 feb 2009

Oniricum


De pronto Chía se percató de la belleza de Julieta. Una hermosa muchacha que deambulaba por las noches en el pantano. Cabellos negros que llegaban a las caderas. No eran lisos, ni tampoco crespos, pero su forma recordaba la sensación que produce una ráfaga de viento cálido en el mar. También notó la diosa que sus ojos parecían de un animal. Óvalos que terminaban puntiagudamente y que estaban ubicados con un ángulo especialmente armónico con su nariz, que parecía de otra tierra. O al menos eso se decía. Su piel blanca era el delirio de todos los hombres. Algunas veces Chía notaba como la miraban. Algunas mujeres la miraban con envidia y algunos hombres con lujuria. Ella también sentía envidia. Pero sentía envidia de no poder tocar la piel de Julieta.

Julieta caminaba en el pantano de don Diego de Vargas. Era tarde y Chía se veía inmensa y rojiza. Un fenómeno poco usual por esas tierras. Cualquiera que la hubiera visto me entendería si le digo que parecía una vieja comadrona que chismoseaba las andanzas de todos los mortales sobre la tierra. El problema es que Chía no tenía comadres con las cuales intercambiar los cotilleos que veía que las mujeres en la tierra compartían. Destino triste para alguien que todo lo ve.

La verdad es que la falta de adjetivos que describan precisamente la hermosura de la joven Julieta, impiden un adecuado relato de lo sucedido. Apelo a sus recuerdos para que piensen en esa sensación que produce ver por primera vez a una mujer de aquellas que con solo dirigir una mirada a nosotros, nos hacen sentir completamente impotentes y abrumados. Nos hacen sentir indefensos como un niño, pero valientes como un guerrero medieval en la cruzada. Algo así sintió Chía cuando Julieta, que había escapado esa noche de la casa de Don Diego para bañarse en los pozos termales de la región, se desnudó aquella noche frente a ella. No podía dejar de mirarla y absorta en sus curvas, la diosa se sintió avergonzada de mirar tan descaradamente a la muchacha que como un pez nadaba entre las aguas y el vapor de los pozos. Una sensación que en su existencia, nunca había experimentado.

Julieta notaba algo diferente en la Luna esa noche. No quiso prestarle atención. Julieta tenía el hábito de nadar en las hirvientes aguas de los pozos y contrariamente a lo que uno pensaría, el agua a esa temperatura, no lograba hacerle daño. De hecho, ese dolor la reconfortaba. De alguna manera, la hacía sentir viva, la hacía desear el mundo y la hacía sentirse deseada por el mundo. En efecto lo era, porque ella, era de esas bellezas como la de la Marcela de Cervantes. Esa por la que lloraba Grisóstomo y por la cual murió de pena.

De pronto la luna se apagó y la noche quedó en tinieblas. Julieta nunca había presenciado tal fenómeno en el cual de un momento a otro, aún cuando el cielo estuviera despejado, la luna, redonda, llena y enorme, de un momento a otro, desapareciera. Julieta escuchó unos pasos sobre la hierba, trató de salir del agua y vestirse, pero la silueta de una india desnuda apareció ante sus ojos. De cabellos larguísimos, de contextura ruda pero femenina, de labios grandes, y unos extraños ojos plateados, la india cautivó a nuestra Julieta.

Esta nadó hacia la orilla del pozo donde se hallaba la india y se quedó mirándola. Contemplando su desnudez. Unos pechos morenos y delicados. Manos rusticas que le indicaban que probablemente se veía forzada a algún trabajo pesado en la encomienda. La india se arrodilló en el pozo mirando fijamente a los ojos a Julieta, quien se perdió en ellos. La india, cuando estuvo a la altura del rostro de nuestra hermosa dama, la besó como nunca la había besado nadie. Le acarició la nuca y la tomó por la cintura y Julieta se abandonó a las sensaciones que la estaban invadiendo. La india le hizo el amor como nadie lo había hecho, la hizo vibrar tantas veces, que finalmente ya no supo distinguir la realidad y la realidad y el ensueño fueron uno solo.

Sintió frío. Se dio cuenta de que estaba a la orilla del pozo y la luna estaba brillando como si nunca hubiera desaparecido en la noche. De pronto sintió un dolor en su corazón que ya conocía porque lo había sentido cuando sentía tristeza, alegría y dolor que extrañamente se mezclaban siempre en su corazón como elixir vital y necesario. Sintió un temblor. Comenzó a convulsionar y volvió a despertar.

Allí estaba. Una luz blanca cegadora que llenaba el cuarto. Una camilla metálica y varias correas. Un par de paletas de madera dentro de su boca, probablemente para que en sus accesos, no se mordiera. Allí estaba aquel hombre que había amado tanto a su Julieta. Esa Julieta que en su paranoia esquizoide ya no sabía si existía. Esa por la que se desgarró su corazón. Ya no quería vivir más. Cada vez las convulsiones era peores, los ataques más fuertes, su cuerpo débil que ya no resistía. Ningún narcótico le calmaba. Su única necesidad era ella.



En alguno de los pocos momentos de lucidez que tenía, Don Diego le había contado su historia a una de las enfermeras del hospital de las hermanas presentinas. Ella solo le escuchaba con lágrimas en los ojos, con asombro por escuchar de esa trágica experiencia. Se convenció a sí misma de que la piedad con ese hombre no podía ser cosa diferente a darle muerte. Poca lucidez le quedaba a él y consideró que el amor de Dios sabría entenderla y perdonarle su pecado. Decidió inyectarle una gran cantidad de un poderoso corticoide mientras dormía. Don Diego moriría plácidamente en sus sueños. Cuando la hermana Josefina aplica la droga a su mortificado paciente este comienza a disminuir su respiración. Sin embargo cada vez toma más aire. Como si estuviera suspirando. De pronto Don Diego siente ese dolor tan familiar en su corazón. Supone que por fin está muriendo y siente ganas de llorar. El dolor es cada vez más fuerte.

Abre los ojos. Gira la cabeza hacia el lado izquierdo. El reloj marca las 3:15 a.m. Julieta ha experimentado ella misma aquel dolorcito del que su amor tanto le habla cuando discutían. Ese mismo que al principio, cuando el coqueteo estaba a la orden del día, él le contó que sentía. Se estremeció. Giró la cabeza y entre sábanas blancas vio a su compañero. Recordó que a él le gustaba que le abrazaran. Lo abrazó, le dio un beso en la frente y al oído, delicadamente, le susurró su nombre.

Pics: "Sueño de verano" & "Míralas!!! Ahí están!!! Son las 100.000 visitas!!!" by movimente cedidas bajo una licencia CC BY-NC-ND-2.0

Soundtrack: Wie ein stern - Frank Schöbel

14 sept 2007

Desenlace

El último recuerdo que tenia de ella era su sonrisa despiadada mientras se alejaba caminando luego de acabar con todas sus ilusiones. Siempre la recordó hermosa, casi angelical, pero sin saber cómo ni por qué su hermoso ángel se transformó en un demonio vicioso que acabó con la felicidad que alguna vez tuvo.

Luego de recoger uno a uno los pedazos de su corazón y protegerlos de la fría lluvia que caía caminó con pies pesados hacia su casa, aunque lo que pesaba más que la ropa mojada era su espíritu maltrecho. Ya encerrado en su habitación comenzó recomponer su corazón y armarlo pieza por pieza; fueron tantas noches de lluvia, llantos, desesperos y desasosiegos que, cuando pudo haber completado su trabajo, el tiempo le había parecido infinito y se sentía como de 100 años.

Desde que pudo recomponer su corazón decidió que quería volver a ser el mismo de antes, quería ser el mismo de antes; se puso nuevamente los colores de gala que solo utilizaba cuando estaba feliz y salió a caminar con el deseo de tomarse el mundo. Pero como no era tan ambicioso decidió tomarse la ciudad y compartir su felicidad con todo aquél con quien pudiera.

Recorrió parques y plazas saludando a todos como viejos conocidos; de un lado a otro iba comprando dulces y flores y regalándolos a los niños que jugaban en las calles y a hermosas señoritas desconocidas para robarles una sonrisa coqueta y así seguir su camino. Y en sus ires y venires se topó con una calle que tristemente le resultaba familiar, gris y cubierta por la fría; era precisamente en esa misma calle donde había sucedido todo.

Respiró profundo y con paso solemne, lento y seguro se aventuró por la calle que sentía angosta y hasta cierto punto hostil, pero decidido siguió su camino, entró a una tienda y compró un cigarrillo; lo disfrutó al máximo y lo terminó al punto de haber llegado al final de la calle.

Y creyendo ver un espejismo vio sentada en una banca a una chica hermosa, medio ángel, medio demonio que por mucho tiempo fue el verdugo de sus sueños; la encontró como perdida en sus propios recuerdos y atacada por una lluvia fría e invisible que hacía más pesado su espíritu maltrecho mientras pensaba en alguien que acabó con sus ilusiones. Como pudo se acercó a ella, y a modo de expiación, la saludó de la manera más gentil que pudo para luego invitarla a tomar algo en el café de la plaza.

27 ago 2007

Efeméride

“A una persona que ya no tiene importancia”

Hasta ese día no había podido volver a verla a la cara, todo lo que le hiciera recordarla le parecía doloroso e insufrible; más de una vez pudieron verlo caminando cabizbajo y sin rumbo, arrastrando consigo penas y recuerdos.

Todo había comenzado unos meses atrás cuando recibió una llamada que puso su mundo de cabeza:

– Terminamos – Es lo único que recuerda claramente de una conversación de 10 minutos; compró algo de tomar, se sentó en una silla desocupada de la cafetería y encendió un cigarrillo; y sentía que muchos de sus planes se esfumaban con el humo ascendente que se disipaba en el aire.

Desde ese momento todo cambió para él, lugares, gente, música, e incluso comida cambió para él; lo último que esperaba era tener algo que la recordara a ella y sus planes fallidos. Simplemente no quería algo que supiera a ella, que sonara a ella y que oliera a ella; solo quería sentirse tranquilo y feliz en compañía de su soledad.

Con el tiempo se recobró su compostura y volvía a ser él mismo poco a poco, sonreía con verdadera naturalidad y se molestaba con mayor naturalidad todavía; los días se hicieron más coloridos y las noches se despejaron de sueños frustrados.

Y finalmente ocurrió lo impensable. De la nada sonó el móvil con un número desconocido, medio pudo despertarse y alcanzó a saludar:

– Estoy en la ciudad, me gustaría hablar contigo un rato. ¿Podemos vernos hoy en el lugar de siempre? – nuevamente un giro inesperado de 180 grados y al colgar no supo que pensar. Se arregló sin prisa y decidió salir.

Pero extrañamente se sentía feliz. Llegó a la plaza y se sentó en la mesa de siempre y esperando los minutos acostumbrados alargó un cigarrillo y tomó café. A la hora acostumbrada apareció ella como siempre la recordaba, pero sin sentirse particularmente emocionado hablaron tranquilamente como viejos amigos, de viejos tiempos y nuevos amores, sueños y fantasías por venir.

El tiempo transcurrió tranquilamente mientras conversaban y luego de las despedidas formales y los buenos deseos la vio marchar. Decidió ir entonces al lago que quedaba en la zona más alejada del parque, aquél al que le gustaba ir cuando quería pensar y pasear distraído con su soledad.

Y mientras tomaba rumbo al parque sintió que esa charla se había llevado un fantasma que no se entrometería más entre él y su soledad.

18 ago 2007

Mi Fantasma

Allí me encontraba yo sentada en el piso frio de este cuarto, allí estaba yo, cansada de luchar y de esperar, ya no tengo mas lagrimas…creo que se me acabaron.

Continúo sentada….a pesar que esta habitación es gris y fría la quiero, ha sido mía por un tiempo, pero se que ya no debo estar aquí…

Tomo un aliento, intento levantarme pero no puedo, el miedo a saber que me voy me detiene y vuelvo a respirar, esta vez con mucha mas fuerza y logro ponerme de pie. Miro a mí alrededor, tengo un dolor en el pecho, es el dolor de la despedida.

Hoy decidí que este cuarto será solo un fantasma que me acompañe y me recuerde lo que quise que fuéramos, solo tengo que girar la perilla y abrir la puerta….

4 jul 2007

Historias de Motel

A petición del público y para quienes no lo han leido en mi chuzo: Historias de Motel. Cualquier parecido a la realidad es pura coincidencia :) Acepto criticas constructivas, Domo Arigato ^^



Desde hace tiempo era costumbre verlos en aquel motel. No se sabe a ciencia cierta porque les gustaba tanto ese lugar en particular habiendo otros muchos alrededor con anuncios de neon azules y rojos mas llamativos y brillantes que el que tenía ese. Quizás el ya había estado varias veces allí y a ella no parecía importarle mucho. Llegaban en su carro, él pedía una habitación y ella se deleitaba obervando sus facciones duras, sus labios carnosos y su nariz perfecta.


Les gustaba pasar la mayor parte de la noche acostados, abrazados, mirándose a los ojos sin que nada más pudiera distraerlos; ella le sonreía y él le sonreía de vuelta y en toda la noche no necesitaban nada más. Ella lo acariciaba y él se estremecía mientras le juraba por lo más sagrado que estaba perdidamente enamorado, que su boca era una cosa deliciosa, que sus curvas lo cautivaban y que su corazón latía por y para ella, para nadie más.


Pasada una hora y media, a veces dos, el pedía la cuenta y ambos se vestían entre jugueteos y besos apasionados, entre caricias y te amos susurrados. Regresaban a su auto, el conducía sin poder ocultar la felicidad de tenerle unas horas a su lado, y ella, callaba todo el camino, mientras pensaba que ese hombre era lo mejor que pudo haberle pasado en la vida y apostaría cualquier cosa, a que después de él, no habría nadie igual o por lo menos, nadie que valiera tanto la pena o pudiera siquiera acercarse a lo que él representaba para ella.


Algunas veces, después de ir a buscarla en aquel semáforo donde ella siempre lo esperaba, llegaban al motel y se quedaban horas viendo el reflejo de sus cuerpos en el espejo. Hacían una hermosa pareja y lo sabían. Para ella, verse junto a el, era casi un retrato perfecto de la felicidad, de su felicidad; para él, era estar viviendo un sueño del que no quería despertar.


Esa noche, la noche que ella jamás podrá olvidar, estuvo a las 9:00 P.M. en punto, vestida de negro sólo para él, de pie al lado de aquel semáforo esperandolo llegar para ser feliz otra vez. El apareció puntual y esbozó una ligera sonrisa al sentir el aroma del perfume que tanto le gustaba y le alborotaba las ganas. Ella sonrió con picardía, lo hacía a propósito porque le encantaba seducirlo. Llegaron a su destino, y a diferencia de las demás noches, esa vez hicieron el amor como dos salvajes, sus gemidos eran tan intensos que temían pudieran escucharse en todo el lugar. Ella le enterraba las uñas al compás de sus movimientos, él no podía parar de admirar su cuerpo desnudo siendo penetrado con fuerza. Esa noche, probaron todas las posiciones que ambos imaginaron, y cada una era mejor que la anterior, o quizás todo era consecuencia de los sentimientos involucrados, quizás todo era consecuencia de su amor.


Llegó la hora de irse, él pidió la cuenta; ella se vistió rapidamente y lo abrazó por la espalda mientras él dejaba escapar una pequeña e imperceptible lágrima que removió con sus dedos antes de que ella pudiera darse cuenta. Subieron al auto. Esa noche él no sonreía como las otras noches, esa noche, ella sabía que el no iba a regresar. La dejó en el mismo semáforo y ella se despidió como siempre con un tierno beso en la mejilla, bajó del auto y observó como él se perdía en medio de la oscuridad.


Ella todavía lo espera cada noche de pie junto al semáforo, con la ropa que a él más le gustaba, oliendo a su perfume favorito, con la firme esperanza de que una de esas noches, su auto se detendrá justo en frente de ella, le pedirá disculpas por haberle fallado las noches anteriores y le dará un beso de esos que sólo el podía darle, un beso de esos que la llevaban a otros mundos, a otros lugares, un beso de esos que la llevaban directo a su corazón.