Mostrando las entradas con la etiqueta ironias. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta ironias. Mostrar todas las entradas

25 ene 2011

Tatiana

Tatiana era una mujer espectacular, como pocas existen en este planeta. La adoré en mis pensamientos más diáfanos y también en mis pensamientos más corruptos. Era imposible no hacerlo. Hermosa morena…

Tatiana tenía la valentía para hacer cosas que yo no podría hacer. Probablemente más disciplinada, estudiaba para administrar negocios en el extranjero y para conocer cómo el Derecho los regulaba. Morena, disciplinada y bella…

En las lejanas tierras neoleonesas, Tatiana comenzaba a vivir una experiencia fascinante en la vida de cualquier estudiante universitario. Había viajado miles de kilómetros para descubrirse como hispanoamericana frente a aquellos hispanoamericanos que parecen tan distintos. Estaba cerca de aprender que nuestras diferencias son apenas formales. Morena, disciplinada, bella y curiosa…

Quise hacerla mía, al igual que muchos otros hombres que no podían resistirse a sus profundos ojos oscuros que parecían pozos infinitos de ternura y lujuria mezcladas. La quise y quise quererla. Quise que me quisiera, o al menos, que quisiera quererme, pero la vanidad de los hombres me hizo explorar nuevos horizontes después del rechazo. Morena, disciplinada, bella, curiosa y deseada…

Hoy Tatiana está más lejos que nunca de mis deseos, mis angustias, mis palabras y mis ideas. Tatiana es ahora inalcanzable de manera tan triste, que la rabia y la confusión nublan mis pensamientos. Mi pensamiento está nublado como al parecer estaba aquella atmosfera regiomontana que no permitió a Tatiana ver la contundencia con la que la vida pretendía recordarnos a todos la fragilidad de la existencia. Morena, disciplinada, bella, curiosa, deseada y… Muerta.

(En memoria de Tatiana Castañeda Godoy).

Soundtrack: Promenade dans le jardin - La Belle et la Bete - Philip Glass

17 dic 2010

Un hombre de buena fe II: In memoriam Carolus Magnus

(Click para leer la primera parte del cuento "Un hombre de buena fe")


Lo más irónico de la historia, es que la muerte realmente tenía razón. Nadie representa para ella más que un fulano más y eso lo había visto en seis ocasiones nuestro héroe durante el año que está por terminar. En especial dos de esas muertes fueron impactantes para él.

La primera vez, fue la muerte de su tío. Al menos la genética decía que lo era, aunque las relaciones hace rato habían probado lo contrario.

Carlos Sánchez era un hombre extraño dentro del contexto de su familia. Uno de aquellos individuos que a los ojos de sus víctimas eran la personificación del mal, pero que ante el espejo podían verse confiando en que eran hombres de buena fe. También tenían sus ambiciones, sus metas, pretendió alguna vez conquistar el mundo. Su esposa fue hermosa. Deseada por muchos. De aquel tipo de mujer que huele como la carne recién preparada para aquellos hombres que viven en una alerta permanente por encontrar mujeres que puedan llevar a la cama.

Seguramente Carlos pensó lo mismo cuando la vio por primera vez. Nuestro héroe al pensar en la situación llegó a preguntarse si en verdad Carlos alguna vez se había sentido como una buena persona o si alguna vez se sintió como una víctima. Si él era capaz de sentir alguna cosa buena.

El horror de sus últimos días, le fue contado a Divius por su otro tío, Matías. Al parecer, viejo y amargado, Carlos se había encerrado en el oficio que había aprendido tras haber sido despedido del único empleo que tuvo por robar a sus jefes. Y es que desde hacía varios años, Carlos había perfeccionado su técnica y conocimientos en la reparación de computadores. Murió por una falla al corazón. Un doloroso infarto que se desarrolló por lo menos durante 24 horas. O eso le dijeron.

Su hijo no quería asistir a su funeral. Carlos Mauricio decía, que él había sido su progenitor, más no su padre. Esta frase le fue dicha a Divius por su primo, cuando intentaba convencerle que asistir al funeral era un gesto de apoyo a su madre y no de honrar la memoria de su “progenitor”. Se la dijo aquella noche, mientras comía Chop Suey y veía novelas mediocres en televisión. Realmente no parecía afectarle. De alguna manera, era envidiable.

En efecto, Divius, aunque lloró amargamente cuando se encontró con su propio “progenitor”, en la sala de espera de la funeraria donde estaban preparando el cadáver de su tío, no lloraba por la muerte de él, sino por una idea abrumadora: pensó que nunca se enteraría del día de la muerte de su padre. Y que tampoco se enteraría de su muerte. Visto desde la perspectiva de un espectador en una sala de cine, la escena era simplemente demasiado trágica para no llorar amargamente, pues Divius, quería a su padre, aunque fuera consciente de que solamente fuera su “progenitor”.

La segunda muerte que estremeció a Divius, ocurrió la mañana del 17 de diciembre de 2010. Carlitos Figueroa, un hombre gentil – en la acepción de la palabra que comúnmente podemos encontrar en la Biblia – había fallecido después de más de una semana de haber sido hospitalizado. Las causas de su muerte se desconocen en el instante en que estas líneas fueron escritas. Sin embargo, las ideas no dejan de fluir en la mente de nuestro héroe.

Carlitos era de aquellos hombres para los cuales la ingeniería del alma era como la de una catedral gótica. Aunque podía ser inmensa, era bella. Y a pesar de su tamaño, nunca colapsó. O Divius nunca lo supo, pues en las pocas veces que compartió con él, siempre hubo generosidad.

De niño, Carlitos muchas veces se ofreció a colaborar con diligencias del pequeño Divius. Si era necesario ir al colegio, si era necesario ir a entregar un documento. Y cuando se trataba de visitarlo, las pocas veces que lo hizo, eran visitas realmente agradables. Llegó a su vida en el cambiante 1997, cuando la primera migración de nuestro héroe tuvo lugar, desde su pequeña burbuja provincial donde incluso el crimen es seguro, a la hostil capital. Una de las ciudades más caóticas y peligrosas del planeta.

Solía llamar a la casa para hablar con Carmencita, su abuela – aunque ella detestaba profundamente esa palabra. El los escuchaba hablar en voz baja por el teléfono, como si se tratara de dos quinceañeros que se están jurando amor. Era bonito, aunque nuestro héroe sintió celos más de una vez. Aún así era bonito.

Muchas veces le había invitado a visitarlo a la ciudad a la que se había mudado. El clima cálido era tentador, pero la angustia estúpida por no incomodar, sumada a la desgradable presencia del "progenitor" de nuestro héroe hicieron que nunca se materializara tal decisión. Se había aplazado como muchas que debían ser inaplazables, porque uno de los defectos que Divius nunca pudo corregir, fue la idea que siempre había suficiente tiempo para hacer las cosas, aunque la vida le hubiera demostrado que no existe suficiente tiempo para nada.

Un día antes de morir, Divius se enteró de la delicada situación de Carlitos. Su madre le había alertado al respecto y sin embargo, solo intento llamarlo una vez. No lo logró y después solo lo aplazó. Nuevamente.

La mañana de la muerte de Carlitos, Divius estaba quejándose de que no podría festejar con sus amigos si decidían que viajarían a visitarlo en su lecho de enfermo el día domingo y no el lunes. Luego de un arreglo con su madre, acordaron convencer a Carmencita de viajar el lunes a aquella calurosa ciudad. Pocos minutos después, su madre lo llamó para contarle que Carlitos había muerto. El sentido de todo plan había sido arrebatado en ese momento. Era inútil planear. La muerte había desvanecido las vida de otro hombre de buena fe, quien tal vez mereciera más el título que el propio Divius.

Carlitos había muerto. Y a Divius no le quedaba otra opción que la de aceptar que los buenos deseos, que las buenas acciones, no eran nada ante la muerte. Que probablemente nada tuviera sentido, porque la muerte se llevó tanto al mezquino como al bondadoso. Porque nadie sobrevive a su terrible sentencia.

Lo peor de todo es que lo único que Divius pudo hacer ante tal situación, fue robarle inspiración al suceso y escribir unas mediocres líneas tratando de hablar acerca de la finitud de los seres vivos. Todo para cumplir con un estándar absurdo y autoimpuesto, pues su texto aunque pueda ser del agrado de varios no lo es de él mismo, porque se nutre de la desgracia para lograr el reconocimiento.

Y así tendrá que continuar su camino conciente de una inefable verdad: la vida sigue, no importa la naturaleza de las circunstancias que vivamos y aunque decidiéramos nosotros mismos acabar con nuestra existencia, jamás escaparemos del inevitable paso del tiempo y todas sus consecuencias. Es responsabilidad nuestra no hacer nada útil con el que nos dieron. Nuestra y de nadie más.


Pic: "Some day, i'll bring you flowers, frozen flowers of death." by e³°°° licenciado bajo una Creative Commons CC. BY-2.0

Soundtrack: Maps - The Yeah Yeah Yeahs

6 may 2009

Un hombre de buena fe

Hubo una vez un hombre de grandes ambiciones. Eran tan grandes y eran tantas que aún durmiendo - o con más razón - no paraba de pensar en ellas. Eran todas impresionantes y envidiables. Algunas eran obras sociales, otras incluían dominar el mundo y solo algunas veces, nuestro querido ambicioso, añoraba ser un ser banal, aunque debía reconocer que cuando lo hacía se sentía bien.


Era un hombre de imperativos y principios a priori. Era un hombre que se embriagaba con las sensaciones más paganas pero con un sentido infinito de su propia buena fe. Un hombre aveces torpe, debemos reconocerlo, pero en medio de su torpeza siempre hubo un infinito amor hacia quienes apreciaba. Egocentrico algunas veces y superfluo en otras, pero siempre con la sensación de que debía superar su propio ser y su propia identidad para llegar a ese punto que tanto deseaba llegar.

Un día la muerte decidió entrevistarse con él. Golpeó su puerta y nuestro amigo le abrió. Ella se identificó y en medio de su estupor y después de alguna prueba de que su vistante era quien decía ser, accedió a escucharla para saber que era lo que deseaba la muerte de él.

Se miraron fijamente por un largo rato. Nuestro heroe sudaba y palidecía mientras descubría la mezcla de belleza y maldad que envolvía el rostro de su visitante. Pensó en todo lo que él quería, era y soñaba ser. El soñaba con la inmortalidad a través de sus obras.

Al final ella sonrió, inmutable se levantó para marcharse y le dijo:

No te preocupes, no eres nada, solo un fulano más que con sus ambiciones pretende vencerme.

Pic: ":P" by Esparta licenciado bajo una Creative Commons CC. BY-2.0
Soundtrack: Die Sonate Vom Guten Menschen - Gabriel Yared.

2 feb 2009

Oniricum


De pronto Chía se percató de la belleza de Julieta. Una hermosa muchacha que deambulaba por las noches en el pantano. Cabellos negros que llegaban a las caderas. No eran lisos, ni tampoco crespos, pero su forma recordaba la sensación que produce una ráfaga de viento cálido en el mar. También notó la diosa que sus ojos parecían de un animal. Óvalos que terminaban puntiagudamente y que estaban ubicados con un ángulo especialmente armónico con su nariz, que parecía de otra tierra. O al menos eso se decía. Su piel blanca era el delirio de todos los hombres. Algunas veces Chía notaba como la miraban. Algunas mujeres la miraban con envidia y algunos hombres con lujuria. Ella también sentía envidia. Pero sentía envidia de no poder tocar la piel de Julieta.

Julieta caminaba en el pantano de don Diego de Vargas. Era tarde y Chía se veía inmensa y rojiza. Un fenómeno poco usual por esas tierras. Cualquiera que la hubiera visto me entendería si le digo que parecía una vieja comadrona que chismoseaba las andanzas de todos los mortales sobre la tierra. El problema es que Chía no tenía comadres con las cuales intercambiar los cotilleos que veía que las mujeres en la tierra compartían. Destino triste para alguien que todo lo ve.

La verdad es que la falta de adjetivos que describan precisamente la hermosura de la joven Julieta, impiden un adecuado relato de lo sucedido. Apelo a sus recuerdos para que piensen en esa sensación que produce ver por primera vez a una mujer de aquellas que con solo dirigir una mirada a nosotros, nos hacen sentir completamente impotentes y abrumados. Nos hacen sentir indefensos como un niño, pero valientes como un guerrero medieval en la cruzada. Algo así sintió Chía cuando Julieta, que había escapado esa noche de la casa de Don Diego para bañarse en los pozos termales de la región, se desnudó aquella noche frente a ella. No podía dejar de mirarla y absorta en sus curvas, la diosa se sintió avergonzada de mirar tan descaradamente a la muchacha que como un pez nadaba entre las aguas y el vapor de los pozos. Una sensación que en su existencia, nunca había experimentado.

Julieta notaba algo diferente en la Luna esa noche. No quiso prestarle atención. Julieta tenía el hábito de nadar en las hirvientes aguas de los pozos y contrariamente a lo que uno pensaría, el agua a esa temperatura, no lograba hacerle daño. De hecho, ese dolor la reconfortaba. De alguna manera, la hacía sentir viva, la hacía desear el mundo y la hacía sentirse deseada por el mundo. En efecto lo era, porque ella, era de esas bellezas como la de la Marcela de Cervantes. Esa por la que lloraba Grisóstomo y por la cual murió de pena.

De pronto la luna se apagó y la noche quedó en tinieblas. Julieta nunca había presenciado tal fenómeno en el cual de un momento a otro, aún cuando el cielo estuviera despejado, la luna, redonda, llena y enorme, de un momento a otro, desapareciera. Julieta escuchó unos pasos sobre la hierba, trató de salir del agua y vestirse, pero la silueta de una india desnuda apareció ante sus ojos. De cabellos larguísimos, de contextura ruda pero femenina, de labios grandes, y unos extraños ojos plateados, la india cautivó a nuestra Julieta.

Esta nadó hacia la orilla del pozo donde se hallaba la india y se quedó mirándola. Contemplando su desnudez. Unos pechos morenos y delicados. Manos rusticas que le indicaban que probablemente se veía forzada a algún trabajo pesado en la encomienda. La india se arrodilló en el pozo mirando fijamente a los ojos a Julieta, quien se perdió en ellos. La india, cuando estuvo a la altura del rostro de nuestra hermosa dama, la besó como nunca la había besado nadie. Le acarició la nuca y la tomó por la cintura y Julieta se abandonó a las sensaciones que la estaban invadiendo. La india le hizo el amor como nadie lo había hecho, la hizo vibrar tantas veces, que finalmente ya no supo distinguir la realidad y la realidad y el ensueño fueron uno solo.

Sintió frío. Se dio cuenta de que estaba a la orilla del pozo y la luna estaba brillando como si nunca hubiera desaparecido en la noche. De pronto sintió un dolor en su corazón que ya conocía porque lo había sentido cuando sentía tristeza, alegría y dolor que extrañamente se mezclaban siempre en su corazón como elixir vital y necesario. Sintió un temblor. Comenzó a convulsionar y volvió a despertar.

Allí estaba. Una luz blanca cegadora que llenaba el cuarto. Una camilla metálica y varias correas. Un par de paletas de madera dentro de su boca, probablemente para que en sus accesos, no se mordiera. Allí estaba aquel hombre que había amado tanto a su Julieta. Esa Julieta que en su paranoia esquizoide ya no sabía si existía. Esa por la que se desgarró su corazón. Ya no quería vivir más. Cada vez las convulsiones era peores, los ataques más fuertes, su cuerpo débil que ya no resistía. Ningún narcótico le calmaba. Su única necesidad era ella.



En alguno de los pocos momentos de lucidez que tenía, Don Diego le había contado su historia a una de las enfermeras del hospital de las hermanas presentinas. Ella solo le escuchaba con lágrimas en los ojos, con asombro por escuchar de esa trágica experiencia. Se convenció a sí misma de que la piedad con ese hombre no podía ser cosa diferente a darle muerte. Poca lucidez le quedaba a él y consideró que el amor de Dios sabría entenderla y perdonarle su pecado. Decidió inyectarle una gran cantidad de un poderoso corticoide mientras dormía. Don Diego moriría plácidamente en sus sueños. Cuando la hermana Josefina aplica la droga a su mortificado paciente este comienza a disminuir su respiración. Sin embargo cada vez toma más aire. Como si estuviera suspirando. De pronto Don Diego siente ese dolor tan familiar en su corazón. Supone que por fin está muriendo y siente ganas de llorar. El dolor es cada vez más fuerte.

Abre los ojos. Gira la cabeza hacia el lado izquierdo. El reloj marca las 3:15 a.m. Julieta ha experimentado ella misma aquel dolorcito del que su amor tanto le habla cuando discutían. Ese mismo que al principio, cuando el coqueteo estaba a la orden del día, él le contó que sentía. Se estremeció. Giró la cabeza y entre sábanas blancas vio a su compañero. Recordó que a él le gustaba que le abrazaran. Lo abrazó, le dio un beso en la frente y al oído, delicadamente, le susurró su nombre.

Pics: "Sueño de verano" & "Míralas!!! Ahí están!!! Son las 100.000 visitas!!!" by movimente cedidas bajo una licencia CC BY-NC-ND-2.0

Soundtrack: Wie ein stern - Frank Schöbel

14 ago 2007

Alejandro y Sofía

¿A quién se le ocurre salir con un perfecto extraño que te cae mal y que te provoca sentimientos de odio y resentimiento cada vez que lo ves? A mí!!! Mi nombre es Sofía y si, me enamoré de un perfecto extraño que para variar, también es un perfecto idiota. Lo conocí en la fiesta de cumpleaños de mi amiga Luna; para ella, el tipo se ha convertido en uno de sus mejores amigos, para mí, el tipejo es mi peor pesadilla y para serles sincera, sólo he sido "amable" con él por el amor que le tengo a Lunita.

Yo no sé en que momento se apareció este hombre en mi vida para hacerla de cuadritos, o de rayas, o de rombos azules con amarillos encerrados en cuadros multicolores. Lo odio, simplemente por el hecho de que existe y que últimamente su mayor afición es burlarse de mi y llevarme la contraria en todo lo que digo. Todo iba extremadamente bien mientras los dos nos enfrascábamos en nuestras insulsas peleas cada vez que nos topábamos en cualquier parte, porque sí, ahora también me encuentro al patético de Alejandro hasta en la sopa y no importa que ésta sea instantánea, él de alguna u otra manera logrará aparecérseme para alborotarme el día y amargarme el almuerzo. El problema de ésto y la razón por la cuál lo odio más, es simplemente por que el muy pelmazo además de todo es tan... perfecto... si no fuera por sus ojos azules como el cielo, por sus labios carnosos y sensuales, por sus brazos perfectos para encerrarme en ellos y por su inteligente forma de insultarme y llamarme tonta, en serio lo odiaría. Pero desconozco el día en que dejé de detestarlo y hacerlo a un lado, para admirarlo y descubrir sus cualidades; muy mala idea, si me preguntan, pero el destino sabe lo que hace y yo mientras tanto seguiré oponiéndome hasta que ya no pueda interponerme más en sus designios.

Lo más absurdo de esta historia no es el hecho de que de la noche a la mañana, una mujer tan hermosa e inteligente como yo, haya puesto los ojos en un hombre creido, manipulador, inteligente y apuesto como él. Lo más insólito es haberle aceptado una invitación a salir y haber quedado rendida a sus pies. No tengo perdón de Dios, lo que tengo es ganas de estrangularlo, de cortarlo en pedazos y tirar sus restos a los cocodrilos, lo que tengo es... es... lo que tengo es que estoy enamorada de ese grandísimo pendejo.

No sé como no se me pegó la sarna cuando lo abracé, no sé cómo no se me pegó la lepra cuando agarré su mano mientras caminábamos bajo la luz de la luna, no sé como no se me derritió la boca al besarlo. Porque esa boca... tibia, entrabierta y rosada, esa boca me dejó loca, y sus besos... largos, apasionados, juguetones y eternos, esos besos saben a gloria.

Mi nombre es Sofía, tengo 18 años y esta es la historia de como me enamoré de él, de sus ojos como estrellas, de su sonrisa perfecta, de sus labios húmedos, de sus brazos fuertes y enormes. Esta es la historia de como me enamoré de Alejandro, un perfecto idiota que acabo de conocer.