22 jun 2007

Confesiones

– ¡Ahí estás otra vez! – gritó ella al levantar la vista y sus ojos volvieron a encontrarse. La veía callada e inmóvil como una muñeca de porcelana; y verdaderamente podría ser confundida con una preciosa muñeca de piel blanca y suave como la seda, cabellos tan negros como azabache e infinitos ojos azules tan puros como las diáfanas aguas de aquellas playas paradisíacas que recordaba haber visitado de niña.

– ¿Por qué apareces nuevamente para atormentarme? ¡Te detesto, no sabes cuanto te detesto! – le repetía una y otra vez mientras no podía evitar mirar esa figura perfecta que desnuda mostraba unos rasgos delicados y unas curvas que harían sonrojar a cualquier espectador que hubiera presenciado tal escena. Mientras se observaban recordó la primera vez que se vieron cara a cara, igual que aparecían las notas en su eterno diario podía ver todos los momentos que pasaron juntas; pero esa historia feliz había llegado a su fin.

Con el tiempo su presencia se hacía cada vez más pesada y problemática, ya no soportaba verla y le hería profundamente verla tan inmutable y callada; la princesa que la acompañaba en sus recuerdos se había convertido, sin saber como ni cuando, en un fantasma que acechaba en sus sueños y se escondía tras las sombras.

– ¿Por qué simplemente no desapareces? Todo se ha vuelto difícil desde que estás: las miradas, las relaciones, amigos, amigas, parejas… ¡Todo es más complicado desde que estás aquí! – Le repetía mientras el rostro le cambiaba de color.

Y su compañera callaba.

– ¡Di algo! ¡Por lo menos ten la decencia de responder a lo que te pregunto! ¡Eres de lo peor! – Era lo único que podía decir.

Y su compañera solo callaba.

– ¡Ya me cansé de ti, no quiero verte más! ¡No sabes cuanto desearía que tú, señorita perfecta, desaparecieras de mi vida! Si no existieras, si no estuvieras yo podría ser otra persona; ¡podría ser libre! ¡Podría ser feliz! ¡Tan solo si no estuvieras aquí! – gritaba mientras las lágrimas brotaban de sus ojos.

Y su compañera solo callaba y la miraba.

– ¡Ya no lo soporto más! ¡Solo quiero que desaparezcas y me dejes vivir tranquila! – lo dijo con las últimas fuerzas que le quedaban. Y haciendo un último gran esfuerzo tomó el joyero que tenía a la mano y se lo lanzó como único salvavidas a su desesperación.

Y mientras veía caer los fragmentos del espejo sobre la alfombra de la habitación sentía como su propio corazón se destrozaba y cayó rendida sobre la cama, durmiendo en un mar de lágrimas y ahogándose en su soledad.

9 comentarios:

Maya dijo...

Muy bien Kurokito!!!!!! Casi pude sentir la desesperacion y las ganas de salir corriendo y gritar de la protagonista. Ojala sigas escribiendo mas por aqui ^^

Jaime Diaz dijo...

Talvez ese espejo mostraba lo que somos, seres superficiales y simples...

Anónimo dijo...

Interesante esta historia Kuroko....muy chevere...

Anónimo dijo...

Cómo pudiste ver mi corazón???

Aretino dijo...

Esos encuentros con el otro yo, con el subconsciente siguen siendo protagonistas. Y es que esa otra dimensión que quisiéramos ver mas allá del reflejo de nuestra imagen siempre nos ha llamado la atención.

Buen relato.

Cerebro dijo...

Y seguimos queriendo asesinar nuestra esencia misma. Un abrazo!!

Iván R. Sánchez dijo...

Mas que la conciencia, ademas veo mucho odio reflejado, no no sgusta lo que vemos. Un buen cuento.

Anónimo dijo...

Nunca es agradable vernos como somos...

Anónimo dijo...

Conversar con nosotros mismos es una buena forma de acercarnos más a nuestro interior.

Kuroko... buena historia!

Saluditos

Wendy