10 jun 2007

Odio en la Sangre.

     El pueblo “La Loma” era un pueblo de mineros pobres (¡como si hubiera mineros ricos!), ubicado en lo profundo de la selva, perdido de la civilización y olvidado del progreso. En realidad era una callejuela polvorienta y el único atractivo que tenía para sus habitantes era la miserable cantina con sus putas baratas y su ron de dudosa calidad.

     A pesar de ser un pueblo pequeño, era un pueblo bullanguero y pacífico, que no tenía mayores problemas excepto cuando el Vicente bajaba al pueblo. Vicente era “cliente” fijo de la cantina, capataz de los mineros, tipo violento, soberbio y abusivo se sabia temido por su fuerza física, de la que hacía alarde a diario.

     Cuando Vicente llegaba al pueblo enseguida se cambiaban sus gentes, todos presurosos procuraban no atravesarse en el camino del “Monstruo”, como lo llamaban entre ellos, para no sufrir algún vejamen de este. En la cantina mandaba Vicente, el cantinero reservaba el mejor trago para él no fuera a pasarle lo de la otra vez que le dio una tunda que lo dejó por varias semanas tullido y en cama por darle un trago malo, y pobre del que estuviese sentado en la mesa preferida del “monstruo” y que estuviera con la mejor puta, Vicente sin contemplaciones le daba de bofetadas y lo tiraba por la puerta de la cantina, este tipo se enfrentaba hasta con cinco gañanes al tiempo y a todos les “daba por la jeta” como decía Isabel, la puta más vieja, y la única que se salvaba del “monstruo” por ser “hijueputamente fea” como le gritaba el monstruo con sorna, delante de todos.

     A finales de verano, cuando ese calor húmedo se apoderaba del pueblo, y sus gentes se refugiaban en la cantina, único sitio con ventiladores y con cerveza bien fría, Villafañe se encontraba ebrio como una cuba, embrutecido a decir no más y sentado en la mejor mesa del local, la Isabel le previno:

- Vea Villafañe, quítese de esa mesa que no tarda en llegar, ya usted sabe quien, y lo manda pa’la mierda.

- Villafañe le contesto: Que venga ese hijueputa que si se mete conmigo le va mal.

     La Isabel se encogió de hombros, y pensó “estos maricas con trago son muy valientes pero a la hora de la verdad, se mean del miedo”.

     De pronto se oye la voz del monstruo, justo detrás de Villafañe, que le dice: “Quite de ahí, pedazo de mierda” mientras decía eso levantaba a Villafañe como un muñeco de trapo y lo tiraba al otro lado de la cantina. Villafañe en medio de la borrachera logró levantarse y decirle al “monstruo”: “Que te pasa pedazo de hijo de puta, acaso eres dueño de esta mierda” una mirada de furia atravesó los ojos de Vicente, quien con calculada lentitud se acerco al Villafañe, quien ya se había arrepentido de sus palabras y temblaba del susto, lo miro directo a los ojos y le dijo:

     “Hoy te mueres, malparido” y de inmediato le mando un golpe a la cara que por poco le aplasta el cráneo al pobre Villafañe, quien ni siquiera sintió dolor pero vio como su sangre pringaba la pared, dicen que la tunda que recibió Villafañe fue cruel, la más cruel que Vicente hubiese dado pero no era para menos también era la primera vez que alguien le insultaba y se le enfrentaba. Por eso el castigo no podía ser cualquiera, y hay que decir que Vicente se ensaño con el Villafañe a quien luego del castigo físico le vino lo peor, el Vicente le quitó las ropas a manotazos como hacía con las pobres putas, que eran más violadas que folladas, y así encuerado lo tiro a la mitad de la callejuela.

     Para ese entonces todos los habitantes de “La Loma” veían impotentes el inclemente castigo al que era sometido Villafañe, pero el castigo no había terminado, la humillación no estaba completa.

     Vicente se acercó al desnudo y bañado en sangre cuerpo de Villafañe, y muy lentamente y asegurándose que todos lo vieran fue abriendo el cierre del pantalón, con calculada lentitud, se sacó el miembro lo apuntó a la humanidad de Villafañe y le empezó a bañar con su meao, mientras le decía: “Vea, tan machito y ahora tragándose mis miaos” las risotadas reverberaban por todo el pueblo, nadie decía nada. Terminado el suplicio, les grito a todos: “A este hijueputa me lo dejan ahí, para que se pudra como el gran maricon que es, cuidadito alguien me lo mueve de acá, porque le va peor que a este”.

     A la mañana siguiente, el cuerpo de Villafañe había desaparecido, nadie daba razón de el, y el pánico empezó a cundir entre las gentes de “La Loma”, y se preguntaban entre ellos “quien carajos había movido al muerto?”. Se organizó una búsqueda pero fue infructuosa no había rastros de Villafañe. Menos mal el Vicente se había ido a la mina en la noche con una de las muchachas, que iba asustada porque sabía lo que se le venía encima: una noche de tortura y dolor, porque el sexo con Vicente no era sexo era castigo, sadismo y dolor mucho dolor.

     Un mes después el pueblo se había ya sumido en su rutina, y el Vicente de nuevo abusando de las gentes de “La Loma”, como siempre, en la cantina se oía a todo volumen una canción de ranchera, los borrachos más borrachos que nunca, el aire pesado cargado al 80% de humedad penetrando los pulmones restando fuerzas, un calor que todo lo impregnaba.

     Vicente tomó a una de las muchachas por la cintura y se dirigió a la puerta, mientras la chica cambiaba miradas con la Isabel, quien con un movimiento de hombros le dio a entender: “relájese y disfrútelo, mija, que no hay nada que hacer”. No había Vicente terminado de atravesar la puerta cuando con el rabillo del ojo alcanzó a ver un reflejo, pero era tarde.

     Vicente crispó las manos y casi tritura a la chica, quien logró zafarse de puro milagro. Vicente sintió un viento helado atravesar por su abdomen, no sintió dolor solo el frío metálico que no pudo reconocer pensó que quizás era un liquido, no habían transcurrido ni décimas de segundo, y sintió ahora el frío subir hasta debajo de su esternon, luego de la nada y frente a él apareció la imagen del Villafañe quien lo miró directo a los ojos y le dijo:

- “Hoy te tocó a ti morir, hijueputa”

     Vicente pensó: “Y este hijueputa no estaba muerto” y alcanzó a decirle: “Y como me va a matar un muerto? Gran hijo de pu….”. No pudo terminar la frase porque el Villafañe hizo el movimiento final, movió su cuchillo de cauchero hacia la derecha y lo extrajo con fiereza y saltó hacia atrás mientras bajaba la mirada. Vicente por instinto siguió la mirada de Villafañe y solo vio su camisa rota pero empezó a sentir como bajaba un frío por sus piernas, dio unos pasos en dirección a Villafañe para darle una trompada, pero de pronto se detuvo: un calambre bestial subió por su espalda y un agudo dolor se apodero de su tripas, no pudo evitar llevarse las manos al vientre y doblarse del dolor. Era una sensación extraña, nunca la había sentido, un frío envolvía sus manos, era como un líquido pero era espeso, grueso. Levantó sus manos e instintivamente las miro. Una mirada de terror y susto atravesó su rostro, sus manos estaban todas tintas en rojo, rojo sangre, su sangre, de pronto todo fue claro el Villafañe lo había chuzado, pensó:”Me jodió este malparido, pero lo voy a matar”, aún no se percataba que no habría más muertes a su nombre.

     El calambre atacó de nuevo, y le obligó a llevarse las manos de nuevo al vientre y a doblarse sobre su abdomen, una debilidad creciente empezó a atacar sus piernas no podía casi caminar. La muchacha reaccionó y dio un alarido de terror y dijo: “Mataron al monstruo”, todos en la cantina voltearon a ver la escena, el monstruo en la puerta doblado sobre si mismo y con las manos en el vientre el Villafañe parado frente a él con su cuchillo en la mano, ensangrentado hasta la empuñadura, pero todos se quedaron sembrados donde estaban, solo mirando.

     Vicente más por instinto que por fiereza empezó a caminar hacia su victimario, pero a cada paso que daba el Villafañe retrocedía uno, los pasos del monstruo cada vez eran más pesados y cortos. Las fuerzas lo abandonaban, pero se resistía a creer que esto le pasaba a él, seguro saldría de esta, pensaba y entonces Villafañe sabría lo que es venganza. Pero no, al llegar al medio de la callejuela doblo rodilla, no pudo más y de pronto en su mente algo estalló: la certeza de que estaba grave, de que iba a morir. El pánico golpeo su cuerpo, sus ojos giraban buscando ayuda, entre los que se habían congregado a observar, desesperado buscaba unos ojos que le dieran ayuda, nada, silencio de todos. El miedo es algo berraco, cuando ataca no suelta a su víctima, y no importa que tan valiente está haya sido, lo doblega. Vicente ya gritaba pidiendo auxilio, extendía su mano derecha tratando de alcanzar a alguno de los que lo rodeaban pero no, estaba muy lejos, y ellos solo miraban, diez minutos habían pasado.

     Un sudor frío inundó el cuerpo de Vicente, las fuerzas eran menos, y él empezaba a aceptarlo: “estoy muriendo, carajo, me muero”. Su cuerpo se fue doblando sobre si, la vista se nublaba cada vez más, ya la muerte no se veía tan mal, sueño un sueño se apoderaba de él. Su cuerpo cayó finalmente y se acomodó en posición fetal, faltaba poco. En un último intento de pedir ayuda levanto sus manos al cielo, y expiro. Su cuerpo se relajo, se defecó y se orino al perder toda su fuerza vital, de la cavidad abdominal fue saliendo todo su contenido, lentamente como un animal reptando, una mezcla de tripas, mierda y sangre, la sangre del monstruo de “La loma”.

~o~

     A Villafañe le hicieron una colecta para que se fuera de la región, porque se sabía que cuando llegará el ejercito, única autoridad de la zona, a Villafañe le impondrían por lo menos 20 años de prisión por haber matado a Vicente.

     A Vicente lo dejaron ahí en la mitad del pueblo, cuando el ejercito llegó encontraron su cadáver en medio del pueblo, en medio de un charco de sangre coagulada mezclada con mierda, y con el calor que hacía el hedor era insoportable, incluso para estos soldados acostumbrados a el, el capitán preguntó que había pasado, pero nadie daba razón de nada. Se organizó el levantamiento del cadáver, ya descompuesto y se le enterró como N.N. porque en últimas nunca nadie supo como se llamaba Vicente.

     El pueblo, nunca más habló del asunto, pero todos los que vivieron estos hechos, cargaban en silencio con una vergüenza, la vergüenza de saber que no hicieron nada por ayudar a Vicente, aunque no lo merecía, que le dejaron morir y que ni siquiera recogieron su cadáver. Esa vergüenza aunque todos la justificaban los carcomía por dentro, su recuerdo los perseguía, los iba languideciendo poco a poco.

     Porque el odio en la sangre mata, mata tanto como un cuchillo afilado en las tripas…

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7 comentarios:

Jaime Diaz dijo...

Buen cuento, no pierde el ritmo y atrapa, minimalista y poco descriptivo, pero hubiera preferido un final sin remordimientos... pero en fin, asi te gusto a ti.

Anónimo dijo...

FreeWilly:

La suerte de la fea la bonita la desea. Lo digo por Isabel.. que se salvó del Vicente!!!

Me ha gustado mucho tu historia.

Saluditos

Wendy

K dijo...

EXCELENTE, FINO, UN POCO PARACO Y GUERRILLO A LA VEZ, ( POR EL VOCABULARIO) BUENO, BUENO, MUY BUENO.

Aretino dijo...

Una trama muy al estilo del 'Oeste' colombiano. Donde el miedo rige nuestros comportamientos.

Buena narración: 9 / 10

Nash702 dijo...

Buena cuento. Te dan ganas de tu mismo darle una tunda a ese Vicente.

Alejandro Serafín dijo...

Me imagino una canción ranchera de acá mi compatriota Vicente Fernández.

Muy buena historia Freewill, los diez minutos k transcurría Vicente sin morir fueron desesperantes, quiero decir emocionantes!

Anónimo dijo...

Cuando lo vi me pareció demasiado largo, pero me atrapó....