21 ago 2011

La mujer "del otro"

Han pasado tres noches desde que abandonamos aquel motel y no dejo de pensarla. Esta primera vez, definitivamente era diferente.

Cuando entramos a ese cuarto, entré al baño y me miré al espejo. Sentí sed y el cansacio de las noches anteriores en las que el amancer nos soprendió hablando por teléfono. Intentaba ser el quinceañero enamorado que alguna vez fuí.

Al regresar al espacio en el que ella se encontraba, me sentí decepcionado por no encontrar una lámpara que me permitiera atentar contra su cuerpo con una luminosidad apropiada. Con la luz encendida, seguramente se sentiría icómoda de revelar por primera vez su cuerpo desnudo a mí. Con la luz apagada, ninguno podría conocer con la mirada el cuerpo del otro y tal vez fuera la única vez que pudieramos hacerlo.

Luchamos por el control, primero ella sobre mí, luego estuve yo sobre ella. Aprendimos de nuestros resabios, aprendimos de nuestros cuerpos. Noté con curiosidad algunas marcas del amor y del tiempo en su piel, pero igual, nada obstaba para amarla esa noche: sentir sus suaves gemidos, besar su sudor y venirme con ella. Cuando la lucha terminó, noté su afán de irse. Solo pude rogarle que esperara un poco, que no me robara tiempo de los únicos momentos en los que puedo verla y quererla.

Me dí una rápida ducha caliente, mientras a través de los vidrios de la regadera, impregnados de vapor, la veía vestirse. La vi pintarse sus deliciosos labios de un color casi fucsia y sentí celos del labial que la acariciaba. Ahí estaba esa mujer que tan fatalmente se había apoderado de mis sentidos y pensamientos. ¿Cómo podía ser posible que justo ahora hubiera llegado alguien así a mi vida para tentarme?

Al día siguiente decidí desaparacer y jugué al importante. Ella trataba de buscarme, de arreglar otro encuentro. Ella tenía la excusa perfecta, pues uno de nuestros amigos en común había organizado una fiesta. Tristemente la naturaleza de nuestro pecado hizo que yo no deseara que estuviese allá. Nada pude hacer para impedirlo.

Cuando llegamos a la fiesta, vi su hermosísima figura blanca a lo lejos. Ella también notó mi presencia. Ambos nos acercamos a saludar y fue entonces cuando realmente consumamos nuestro crimen:

¡Hola Diana! ¡Tiempo sin verte! Te presento a mi novia, Karla. ¡Hola Carlos! ¡Yo sé! ¿Desde que celebramos el ascenso de Mario? Te presento a mi novio, Jorge

Solo Juan, mi amigo del alma, supo lo que verdaderamente ocurría. Fue él quién me dijo que Jorge era un buen tipo y me preguntó si no sentía remordimientos por lo que le estabamos haciendo. Claramente no dejaba de sentirlos, pero mi cerebro criminal hace mucho rato había logrado desconectar mi ética de mis emociones en esas circunstancias de alto riesgo. Era como un mecanismo de supervivencia.


El deseo entre Diana y yo crecía. O eso me gustaba pensar. Sentía su mirada celosa sobre mí. Sentía como trataba de llamar mi atención. La verdad es que a pesar que ella me enloqueciera, también quiero a Karla y no podía dejar de mimarla y consentirla. Después de todo, fue Diana misma quién nos puso en esta situación. Fue ella quien se propuso ser invitada a esa fiesta.

Un pequeño grupo se hizo en un rincón de la terraza. Allí estabamos Karla, Jorge, Diana, Juan, su novia y yo. Todo se veía tan desprevenido, pero la forma en que cada uno se había ubicado en aquel lugar, realmente estaba abriendo la puerta para otro de nuestros actos de traición.

Sentados, Karla a mi izquierda y Diana a mi derecha, Jorge a su lado y Juan con su novia frente a nosotros, hablabamos de muchas anécdotas. Conversamos sobre las múltiples banalidades que este mundo acostumbra pero mientras tanto Diana se las arreglaba para rozar ocasionalmente mi mano con su mano y acariciar mi pantorilla con su empeine.

Yo no dejaba de besar a Karla y ella no dejaba de consentir a su Jorge. Era un juego en el que ambos demostrabamos no necesitar del otro a pesar de que a la vista de todos, pero sin que nadie lo notara, nuestra atención estaba realmente en lo que sucedía entre su enpeine y mi pantorrilla.

Han pasado tres noches y ahora, su figura no abandona mis pensamientos. Su sonrisa delicada, sus ojos que me desarman como pocos, mi nariz que anhela su fragancia y las noches en vela en las que aunque sea por el teléfono, siempre me recuerda que sigue siendo mía. Que en realidad, ella es la mujer "del otro".

Pic: Feathers & Pearls by Robynlou8
Soundtrack: Mía - Armando Manzanero y Miguel Bosé

2 comentarios:

Karen D dijo...

Cuantas historias debe haber como esta, algunas con remordimiento y otras sin el...

El mundo en el que vivimos esta lleno de hipocresía...
Pero no hay mucho que podamos hacer...

Anónimo dijo...

El tema no es de hipocresías... Es más bien de amores que hallamos en momentos incorrectos...