2 ago 2011

Nombre


Dicen que Dios tiene una lengua que solo los ángeles conocen.
Es una lengua primigenia y divina, sonora y mágica, porque era cuando Dios le daba nombre a las cosas que se creaban. Y así creó de la nada el universo, le dio un brillante nombre a las estrellas y creó mundos imperfectos para gente imperfecta, con nombres con pocas vocales y muchos acentos, creo portentos naturales de nombres larguísimos que después le fue difícil recordar y males con nombres cortos, fáciles de pronunciar, que hasta por error se le salían al mas descuidado.
Creó al hombre en un día de pereza, cuando se quiso poner un sobrenombre a si mismo y le salió una irónica mueca, un remedo burlón, una imagen y semejanza en un espejo de feria, lleno de deformidades y especialmente de complejos.
En sueños fue que se inventó a la mujer, porque ese día concibió también la malicia, porque de repente entendió y nombró a la lujuría, porque escupió la perdición que se asocia a la belleza, la destrucción de la lógica y de paso, casi sin querer, le dio un toque de amor.
Desde entonces muchos se han dedicado a buscar pistas del lenguaje de Dios, porque en verdad pasa que si uno supiera el nombre original de las cosas pudiera dominarlas y crear. Por eso los viejos alquimistas buscaron por todos lados el nombre del Oro, los mas poderosos generales el nombre de la Muerte, los mas soñadores el nombre de la Paz y los mas aventureros el de la vieja Luna.
Pero yo no.
Si me dijeran que nombre primigenio quisiera, si me dieran la oportunidad de escoger solo uno, yo me quedaría con el nombre de la perdición, la belleza, la lujuria, la locura y el sentimiento ilógico congregados en uno.
Yo me quedaría con el nombre de la mujer.