Entre tantas desdichas y avatares alguien le recomendó que debía cambiar.
Entonces cambió de carro y de camisa, de zapatos y restaurante, de peinado y de perfume.
Pero los sueños no cambiaron, pero las desilusiones fueron las mismas.
Entonces cambió de palabras y modos, de gustos y colores, de odios y amores.
Pero los sueños siguieron siendo los mismos y las desilusiones iguales.
Entonces cambió de espíritu y corazón, vendió su alma por un par de cervezas a un comerciante extranjero y emprendió caminos perdidos que siempre supo encontrar, repartió dolores que siempre le fueron ajenos, estableció hogares pasajeros y siempre dejó ilusiones rotas, pero siempre de los demás, ninguna propia, ninguna que le lastimara de verdad.
Se debatió entre curvas, volvió a recorrer los mismos laberintos, repartió besos y sin sabores, sexo y pasiones efimeras, se cansó y descansó, se cansó y se volvió a cansar.
Y de repente se encontró en una casa que no supo asimilar. Allí, cuando la soledad lo empezó a consumir descubrió que esa era la casa abandonada de aquel extranjero y cuando abrió el armario la encontró.
Allí estaba su alma.
Estaba con sus sueños y desilusiones, con su espíritu y corazón.
12 ago 2009
Cambiar
Narró:
Jaime Diaz
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
1 comentario:
Al final somos lo que somos, aunque nuestra alma este en un escaparate.
un abrazo
Publicar un comentario