5 feb 2011

Una Sonrisa Carmín


Un día más había terminado, esta vez tomó el tiempo de pasar al baño para darse un retoque y luego hacer la fila para esperar el bus, sintonizó su emisora favorita y se acomodó los audífonos para evitar que los extraños le hablaran y le interrumpieran la tranquilidad de su mundo.

Daba gracias de que su ruta no estuviera tan congestionada y algunas veces contaba con la buena fortuna de poder escoger un puesto, así que con una rápida mirada recorrió el bus, detuvo su mirada en la silla de la esquina derecha (la que más salta, eso le gustaba, tal vez porque le recordaba esos paseos a caballo que hacía en su niñez), estaba ocupada y quien estaba allí sostenía tenía la mirada fija hacia ella, se sintió intimidada, se sintió insegura y rápidamente se sentó en la primera silla que encontró.
Le restó importancia al asunto pero al momento de bajar el bus le fue imposible no buscar de nuevo esa mirada, ya no estaba, se sintió bien y siguió su camino.
La situación se repitió por varias semanas y se había convertido en un juego de miradas electrizantes, un reto que siempre terminaba con una sonrisa. Las mañanas habían cambiado y tomaba más tiempo en seleccionar que ropa utilizar, se decía a si misma que era parte de la preparación para la guerra y todos los días antes de salir de su oficina se miraba al espejo prestando más atención a los detalles, en especial a sus labios, los cuales vestía de carmín y así resaltar su sonrisa en caso de perder. Encontró entonces que perder así era divertido, subía rápidamente al bus, respiraba profundo, buscaba esa mirada que la hacía sentirse insegura pero a la vez viva, que antes la sonrojaba pero que ahora la alentaba y por eso cada día para buscaba una silla más cercana a la esquina derecha y sentarse en ella, no sin antes hacer valer sus labios carmín.
Todos los días intentaba llenarse de valor y llegar hasta la última fila del bus, quería ver de cerca esa sonrisa, sonrisa que desde hace un tiempo había también se vestía de carmín y que esperaba oliera a menta, así como lo hacía la suya. Lo más lejos que había llegado uno de sus intentos la llevo a la esquina izquierda, a pesar de no haber nadie más en la última silla su timidez no le permitió acercarse un poco más, pero  desde allí podía ver más de lo que necesitaba, y se atrevió a pensar que el dulce olor que percibía provenía de su cuerpo, sin embargo su timidez no impedía que la devorara la mirada mientras trataba de disminuir su deseo con una sonrisa.  

Un nuevo día comenzaba y la osadía del día anterior la animaba a crear una oportunidad de decir un hola, que estaba segura la llevaría más lejos.
En la mañana sonó su teléfono, quería confirmar sus datos, había ganado un automóvil, solo necesitaba acercarse a las oficinas del supermercado, diligenciar unos documentos y llevarse su regalo.

Ese día salió más temprano de su oficina, tomó un taxi y desde entonces en la ciudad dos sonrisas dejaron de vestirse de carmín.

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