Todo el mundo le debe dinero a alguien.
Al banco, a un prestamista, a un amigo, a la mamá. Piénselo y tal vez encontrará a alguien a quien le debe dinero, alguien a quien de manera coloquial llamamos “Culebra” y de las algunos solemos escondernos.
Pero mi amigo Ricardo si que tenía una culebra, pero no le debía dinero.
Ricardo tiene un negocio donde distribuye metales, aceros especiales y demás cosas por el estilo, por lo cual tiene un gran almacén con una bodega en la que almacenan sus productos. Por el sector en que se encuentran es fácil que sean victima de plagas animales como las ratas y resultó que en algún momento la cosa empezó a desbordarse y a pesar de llevar un perro, un gato y veneno (con los que envenenó al gato, al perro y un par de ratas) no encontraba solución al problema.
Un día uno de sus empleados le trajo una solución desesperada.
La solución era una culebra, pero de verdad, una serpiente, una boa que en aquel tiempo no alcanzaba el metro de largo era la forma mas efectiva de erradicar las ratas del sitio… y en realidad lo fue, al mes ningún animal vivía en el sitio aparte de su majestad la culebra y se dedicaron a ver como empezaba a crecer el animal.
Pero la solución empezó a crecer mucho y cuando ya medía metro y medio la dejaron de ver, los celadores de la noche eran los únicos que decían que en la noche una misteriosa sombra bastante grande se movía en la oscuridad, pero en el día nadie sabía de ella y era imposible localizarla.
Uno de los productos estrella de mi amigo Ricardo son las barras perforadas y para ahorrar explicaciones diremos que son unos tubos de gran espesor de amplias aplicaciones industriales, ellas vienen en medidas de 6 metros y una vez un cliente fue a comprar una. Cuando sus empleados fueron a bajar la barra perforada en cuestión se dieron cuenta de que esta pesaba mucho mas de lo normal.
Intrigados por el asunto llamaron a Ricardo quien intentó mirar por el hueco de la barra, pero misteriosamente no se veía nada, buscaron una linterna y cuando alumbraron aterrados descubrieron la cabeza en una punta de ella.
Pusieron la barra al sol para hacer salir la serpiente y un saco en cada punta, al rato ella salió sola y con asombro descubrieron que el animal media casi 5 metros y si uno intentaba acercarsele se ponía bastante agresiva.
Llamaron a las autoridades ambientales (que nunca fueron), llamaron al Zoológico, que fueron pero nunca se la llevaron, así que prácticamente se resignaron a no tener ratas, pero si un depredador que incluso se podía comer a algún desprevenido.
Pero Ricardo olvidaba un detalle. El mayor depredador es el hombre.
La voz se había corrido que en el negocio de Ricardo había una inmensa culebra y que ademas llevaban meses tratando de deshacerse de ella, así que un día llegó un soldador de los muchos que trabajan por el lugar y le ofreció a Ricardo un trato. El mataba la culebra, pero se llevaba el cadáver.
Ricardo aceptó deseoso de deshacerse del animal y al día siguiente, el valiente soldador, armado de un machete se enfrentó al animal y con un certero golpe en la cabeza casi traicionero lo mató y en un camión se lo llevó un viernes por la tarde.
El sábado al mediodía Ricardo se disponía a cerrar su negocio cuando apareció un muchachito con un plato lleno de una carne clara y un pedazo de yuca, se lo enviaba el soldador como agradecimiento, desprevenidamente probó pensando que era pollo y encontró el sabor un poco raro. Entonces le preguntó al niño que la carne de que era.
- Ay patrón, esa es la carne de la culebra – respondió el niño con una amplia sonrisa.
Cuentan que ese día Remberto Martinez, soldador de profesión, hizo un asado que siempre se recordará en las inmediaciones de la parte trasera del viejo edificio de la aduana y que con una piel de culebra que vendió, invitó varias rondas de cerveza y hasta plata le sobró.
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