Ella entró sonriente a aquella feria científica del futuro.
O eso era el nombre que aparecía en la reja oxidada de la entrada, en letras rojas un poco desteñidas, como si la ciencia fuera algo antiguo, una curiosidad en un mundo de mitos y religiones de garaje, de fantasía y creencias absurdas de Dioses paganos que reclamaban ser únicos y perfectos. Pero lleno de una tecnología vieja, que en algún momento se había estancado por temor a alguna vieja fobia de la humanidad o algún apocalipsis borrado de nuestras memorias y remplazado por algún castigo divino, lleno de una contaminación física y espiritual de la que nunca se podría salir.
Vi el cielo gris, ese que alguna vez mostraba el reflejo de un sol que no alcanzaba a traspasar esas nubes de muerte, alcancé a ver al fondo las inmensas chimeneas que las provocaban. Eran de alguna titánica factoría de algo.
Yo solo creo que producían nubes, ajusté mi mascarilla del respirador y mis gafas anti contaminación y entramos.
Caminamos agarrados de la mano entre muy poca gente que curioseaba con maquinas que hacían ruidos y deslumbraban con colores azules eléctricos, rojos incandescentes o plata brillante, donde supuestamente te teletransportaban, donde supuestamente te podían encoger o agrandar, donde supuestamente hasta podías viajar a otro universo.
Charlatanes, pensé.
Pero ella se divertía entre tantas tonterías y cuando vio aquel aviso se quedó en silencio unos segundos y luego dijo: “Quiero probar ahí”, apuntando su dedo a un gran salón coronado con un gran aviso en el que se leía: Recuérdelo todo.
No entendí en ese momento la importancia de recordarlo todo, así que acomodé mi sombrero, ajuste mi corbata y caminé, era un salón de baldosas blancas, en el fondo un árbol muerto me acordó del par de veces que había visto uno vivo, en aquel museo que se encontraba en la capital, que mostraba el mundo como fue hace siglos, antes que algo pasara, antes de que la ciencia lo arruinara, antes que la misma no lo pudiera salvar por haber abandonado todo eso en nombre de una falsa espiritualidad que nos dejo quietos para siempre, atrapados y paralizados en un momento de nuestra historia.
Un tipo sonriente con una bata nos dio la bienvenida, se hizo llamar “El Doctor” y pronto nos explico en qué consistía la maquina.
A través de unos magnetos podía hacer que recordáramos todo, desde nuestro nacimiento, hasta este punto de nuestras vidas, recordaríamos todos los detalles, todas las situaciones, todas las personas, recordaríamos cualquier insignificancia y nos dijo: Algunos incluso pueden recordar lo vivido por sus padres, otros afortunados lo de sus abuelos, muy pocos pueden recordar la vida de sus ancestros más antiguos.
Ella sonrió y me miro, sus ojos brillaron y me dijo: quiero entrar.
El Doctor dijo: solo uno a la vez.
Pagué dos boletos y ella entró primero. En medio del salón unas escaleras bajaban a un lugar que solo puedo imaginar, mientras ella descendía me miró y ese brillo de sus ojos aun me conmueve, porque fue la última vez que lo vi.
El Doctor se puso un casco raro, unas gafas oscuras y entró tras ella, cerró una puerta tras él y al rato oí un extraño zumbido, me pareció ver una intensa luz que se asomaba por aquellas escaleras, pero nada más supe hasta tres minutos después cuando entre vapores fríos salió el Doctor, se le notaba un poco apresurado y me dijo: todo ha salido bien, demasiado bien diría yo.
Entonces salió ella, respiraba pausado y con una expresión profunda de tristeza me miró con ojos apagados, como si fueran de otra persona y solo atinó a decirme: vámonos ya.
Con mi boleto aun en la mano le pregunté que había visto, pero ella en su silencio solo me dijo que quería llegar a casa, tomamos un aerotaxi que nos dejó en su piso y mientras la rampa automática llegaba hasta la puerta le volví a preguntar
- Dime por favor que pasó, no me puedes dejar así
- Lo recuerdo todo – dijo con una voz llena de toda la tristeza – recuerdo como fue y nunca volverá a ser, recuerdo no solo mis errores, si no los de todos los que vinieron antes, recuerdo el terrible colapso, recuerdo cuando nací en este mundo gris, recuerdo mis primeras lagrimas, recuerdo mi primer amor, recuerdo la primera vez que me partieron el corazón, pero recuerdo aun mas allá, recuerdo cuando empezó nuestra desgracia y como la olvidamos.
Se bajó y me quedé un rato en silencio, le pedí al chofer que me llevara a casa.
Horas después me llamaban a decirme que ella estaba muerta.
Había salido de la casa sin su respirador y caminó hasta la zona industrial, en cuestión de minutos murió envenenada.
Estuve en su cremación y lloré. Volví a la feria científica días después pero ya no estaba, en el viejo salón donde habíamos entrado estaba aun el hueco en el piso, pero no había nada de lo que nunca había visto.
Me quedé mirando el boleto que nunca había usado, recordé su sonrisa, recordé el brillo perdido de sus ojos, recordé pero me di cuenta cuando pasó algún tiempo que la empezaba a olvidar.
Y comprendí.
Comprendí la libertad que nos da el olvido.