11 ago 2013

El Monstruo

Hace algunos días volví a la casa de mi madre.
Después de 20 años viviendo en el exterior, volver a mi ciudad natal y especialmente a aquella casa fue una exaltación de la nostalgia, y aunque la ciudad había cambiado mi madre había conservado la casa tal cual como cuando eramos una familia numerosa en una gran casa.
Pero ya todos se habían ido, mi padre había muerto hace mucho, mis otros hermanos también habían seguido su camino y mi madre, ya mayor, compartía su soledad con un gran Doberman que ahora me miraba cansado desde el patio enrejado.
Y estaba mi cuarto, intacto, intemporal, inmutable, como una fotografía a la que se le limpiaba el polvo todos los días, pero ya con ese olor de lo añejo, de la melancolía de aquello que se fue y no va a volver.
Entonces todos los recuerdos vinieron a mi.
Recuerdos de un niño que fue muy feliz en esa casa, recuerdos de viejos amigos, algunos ya muertos, recuerdos de los mejores sueños… recuerdos de las peores pesadillas.
Recuerdos del monstruo.
No se cuando El Monstruo por primera vez apareció, pero si recuerdo las muchas noches en las que no dormí por su culpa, cuando desde adentro del closet que daba de frente a mi cama entreabría la puerta y dos luces rojas y profundas asomaban entre la oscuridad, yo quería cerrar mis ojos de una vez, pero el terror me lo impedía y el eco de su respiración me llegaba, incluso sentía el hedor putrefacto de su aliento y a veces en las noches mas claras podía ver partes de sus rasgos.
A veces incluso se asomaba algo mas y me dejaba ver un rostro perruno, con colmillos gigantes de los cuales caía baba y unos cuernos retorcidos, entonces me parecía verlo sonreír, era ahí cuando yo me tapaba y a veces gritaba. Al rato mis padres llegaban y El Monstruo había desaparecido.
Una vez no grité y lo sentí acercarse, sentí su aliento cerca a mi cara oculta por la sabana y oí por única vez su voz, terrible y profunda, carrasposa e inmunda, que me decía: Siempre estaré por ti, conozco todos tus actos, los buenos y los malos, se a que temes, se que anhelas.
Con el tiempo El Monstruo se fue con mi adolescencia, empecé a estudiar, viajé y me terminé convirtiendo en Ingeniero, estudié finanzas, me casé, tuve hijos, me separé, abandoné a mi familia, empecé a ascender en el banco donde trabajaba y de repente me convertí en un tipo importante, calculando inversiones, evaluando proyectos, robando a los pobres y dándole a los ricos, que es lo que paga.
Y ahora estaba allí, preparándome a pasar la noche en el viejo cuarto del monstruo.
A las 3:15 AM algo me despertó y casi sin querer miré el closet que una garra oscura y de uñas horrendas abría, mi corazón empezó a latir fuerte cuando los ojos rojos asomaron y el sonido de la respiración interrumpió el silencio. Aterrado seguí mirando cuando el ser empezó a salir y la luz de la luna iluminó un ser inmundo, peludo y jorobado, con garras que daban al piso y una inmensas fauces que hubieran devorado a un niño pequeño.
Quise prender la luz, pero ese terror que parecía reptar hacía mi ya me había alcanzado, alargó sus garras y jaló mi sabana. La expresión en su espantoso rostro no lo puedo definir, pero de repente parecía asustado, me empecé a levantar y el monstruo cubría su cara, lo vi empequeñecer, lo vi consumirse hasta volverse un pequeño y delgado ser, aterrado trataba de llegar al closet.
“Hey!” le grité y con una voz diluida y llena de dolor me contestó: apártate monstruo, conozco todos tus actos, conozco todo lo que has hecho, conozco que todos tus sueños, conozco el monstruo en el que te has convertido.
Y se lanzó al closet.
Encendí la luz y miré el closet vacío, de repente crucé mi mirada con el espejo y por un segundo no me vi a mi mismo, si no a otro ser de pesadillas, un innombrable monstruo salido del mas aterrador de los sitios: la realidad.
Un monstruo que asusta a las pesadillas.

2 ago 2013

Palabras

Palabras, le gustaban sus palabras, solía releerlas cuando descubría que estaba en medio de sus momentos de soledad, las leía una y otra vez, no porque la soledad le agobiara sino porque era en esos instantes de soledad en los que podía devorar cada palabra, degustarla, saborearla con cada sentido y entonces sentir que le pertenecía.

Así le pertenecían sus palabras, todas las que había pronunciado, más aún las que se atrevió a escribirle, desde  la más dulce hasta la mas rencorosa, desde la más tierna hasta la más caprichosa, todas esas palabras que como un hilo formaban sus recuerdos, todas las que sobre papel se dibujaron, todas las que en su piel se imprimieron, todas las que bajo suspiros murieron, todas, las sentía suyas cuando la soledad daba espacio al deseo. 

Eran sólo palabras creyó alguna vez, cuando era común recibirlas, cuando las encontraba dentro de sus libros, bajo la puerta, en sus escritorio, cuando pasó de la emoción de esas primeras palabras, el vacío y la excitación de su ser a simplemente cada nota un papel con más palabras. 

Había olvidado como muchas otras cosas, en qué momento el estremecimiento de las primeras palabras pasó a ser insignificante y en qué momento se habían convertido nuevamente en una necesidad, en un deseo nocivo amparado por su soledad. 

Ahora en medio de miles de cartas cada palabra procuraba un significado, guardaba un olor, contenía una lágrima, ocultaba una sonrisa o escondía un remordimiento, así pasaba su infinita soledad sin saber sí esas palabras pertenecían a una historia ya vivida, sí había sido quien las inspiró, sí las escribió para alguien que dejó de recibirlas, hasta que entendió que esas palabras eran las que traía el viento.